lunes, 11 de octubre de 2010

Muere a los 70 años Solomon Burke, uno de los grandes pioneros del 'soul'

El cantante estadounidense Solomon Burke, durante una actuación. /Archivo
luto en el mundo de la música
10.10 - 15:15 -AGENCIAS NUEVA YORK

Se movió a la sombra de gigantes como Ray Charles, pero su legado fue esencial para el rock
Su tema 'Everybody needs somebody to love' fue versionada por los Rolling Stones
Cantaba desde un trono dorado, incapaz de moverse por su enorme figura

El cantante estadounidense Solomon Burke, una de las últimas grandes leyendas del 'soul', ha fallecido este domingo a los 70 años en el aeropuerto de Amsterdam por causas todavía no anunciadas, según informan los medios holandeses.
El autoproclamado 'Rey del Rock & Soul' fue nominado al Rock & Roll Hall of Fame en 2001 como reconocimiento a una larga trayectoria nunca del todo valorada por el gran público, a pesar de haber desarrollado su carrera para Atlantic, uno de los grandes sellos del género.
Burke (Philadelphia, 1940), que jamás consiguió colocar un sólo single entre el Top 20, siempre se movió a la sombra de otros gigantes, como Ray Charles, Ben E. King o Wilson Pickett, pero su legado fue esencial para el desarrollo del rock, en especial su canción más importante, Everybody needs somebody to love, objeto de una versión por unos jovencísimos Rolling Stones.

21 hijos y 90 nietos
Precisamente tras su nominación al Hall of Fame, su carrera recibió un necesario impulso que acercó su nombre a las nuevas generaciones con el disco Don't Give Up on Me, que contó con un extraordinario de letristas y grandes fans, como Bob Dylan, Tom Waits, Van Morrison, Elvis Costello, Brian Wilson o Nick Lowe. El disco se alzó con el Grammy al mejor álbum de blues contemporáneo en la ceremonia de 2003.
Burke, considerado en su día por el productor de Atlantic, Jerry Wexler, como el "cantante de soul más grande de todos los tiempos", siguió girando por todo el mundo hasta su muerte, dirigiéndose al público desde un trono dorado especialmente hecho para él, incapaz de moverse por el escenario debido a su enorme figura.
"Mientras me quede aliento para seguir cantando, lo haré, con la ayuda de Dios", declaró a una entrevista al diario británico The Telegraph. A Burke le sobreviven 21 hijos y 90 nietos, según informa la cadena estadounidense CNN
.

sábado, 9 de octubre de 2010

Pop-fiction (8): I will not go



I will not go.

Prefer a Feast of Friends.

Jim Morrison.



Pamela no era capaz de ofrecer una explicación coherente, el relato de un recuerdo: sólo pequeños fragmentos, detalles, un esbozo lleno de tachones. Pero ellos seguían insistiendo como si en su tediosa tarea de juntar pequeñas piezas que no encajan con las demás,como si coleccionando cada vez más piezas, un fragmento nuevo, brillante y distinto después de cada pregunta, pudieran reconstruir un puzzle del que no conocían la imagen final. Y la respuesta final no se parecerá a la verdad pero ¿qué importa? Si las puertas de la percepción fueran depuradas...


De la respuesta que esperan sólo aparece la bruma de una noche extraña y un cuerpo recién afeitado, inmóvil, en una bañera. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo? Establecer una secuencia de acontecimientos, un relato, cualquier cosa que se lleve bien con las palabras entonces o luego o después de aquello. Pero para Pamela todo eso era excesivamente fatigoso, inalcanzable. Ella llevaba años sin saber exactamente lo que sucedía. En ningún momento. Las mezclas de heroína, peyote y cocaína lograban que todo pareciera el mismo momento o cada vez uno distinto o ninguno en absoluto. Cualquier sueño ahora sería bienvenido, cualquier sueño sería más coherente que todo lo demás.


Pero ahora, esta semana, ayer y mañana, en el 17 de la Rue Beautreillis, dormir resulta demasiado caro y soñar ya es imposible.


Ahora, que en realidad es ya siempre después, el primer minuto, la primera hora después del acontecimiento sobre el que todo parecía girar, ahora estaba ahí ese doctor y la gente, siempre hay demasiada gente, la gente recopilando cada vez más detalles: la muerte necesita testigos, notarios fieles. La muerte son certificados, atestados, testamentos, frases hechas, tópicos para duelos, plañideras. No basta la muerte íntima, carecería de sentido. La muerte es una criatura exhibicionista que se quiere hacer notar. Necesita espectadores.


La gente, todos ellos, ¿quiénes eran algunos de ellos?¿quién los había llamado? Ella no recordaba haber llamado a nadie. Parecían comportarse como en esas películas antiguas en las que la corte del rey que agoniza espera el momento exacto, el desenlace, el final de la obra que todos necesitan para que todo vuelta a empezar. Que el rey muera para que surja un nuevo rey. Y mientras tanto quizá podamos sacar algo de todo esto. Jim ha muerto, viva el rey. Todo sigue en esa infinita cinta de Möebius atestada de gente muriendo y naciendo y contemplando a los demás. Pero el momento, el espectáculo, ya ha pasado y ya no hay nada por lo que esperar. Ahora es el tiempo de creer que lo que ha ocurrido es real. La muerte es una certeza, nuestra Gran Verdad. Aunque el proceso cambia, cada vez. Ellos quieren saber: el proceso es muy importante, de algún modo, para toda esta gente. Debe completarse una narración adecuada, aunque los detalles se les desmoronan como madera carcomida entre sus manos húmedas. Es tiempo para comenzar la Nueva Fe, ellos necesitan otra dosis para los creyentes. La gente cree o no cree y la gente no lo iba a creer tan fácilmente. Esto no. No otra historia como las demás. ¿Qué vamos a inventar?


A Pamela la interrogaban, insistentes, querían todo eso que ella no podía recordar ¿Dónde se había ido todo aquello? Se supone que ella había estado allí, dondequiera que fuera, todo el tiempo, desde la tarde anterior o todo la noche, tal vez varios días de juerga, acompañando a Jim. Pero algo, en algún momento, se había perdido en un lugar vagamente violeta de su cerebro. Con esfuerzo parecía que llegaban algunas visiones, escenas, flashes de luces del club nocturno, ecos con la melodía de The End. Pero quizá no fue en el club nocturno, quizá fue en casa, entre todos aquellos vinilos oscuros siempre por el suelo, Jim pedía uno nuevo a la tienda cada vez que alguno se estropeaba con un golpe, una aguja en mal estado o si la raya de cocaína acababa anegando los invisibles microsurcos por donde su antigua voz del joven que aún era se arrastraba. La luces parpadeantes, las luces que Pamela entresacaba de su recuerdo imposible para alimentar la necesidad de toda esa gente, los detalles que todos seguían pidiendo... también podían ser los flashes del fluorescente del baño, ese tubo que perdió la determinación de iluminar, ese tubo que iba a seguir siempre con esa aleatoria intermitencia. O el reflejo del parpadeo de las luces de neón del club al otro lado de la calle, colándose por la ventana. Ellos parecían impacientarse. Puede que los flashes existieran sólo en su cerebro, leves descargas de energía de las neuronas tratando de conectar adecuadamente entre alucinación y despegue, entre orgasmos y vómitos y nuevos despegues y aterrizajes y vuelta a empezar.


Jim había sangrado. Eso estaba claro. La visión de la sangre resiste el efecto de cualquier droga. El rojo brillante de la sangre oxigenada. El rojo de los semáforos, de las banderas, el rojo del cuero de los asientos de un descapotable también rojo ¿por qué no?, el rojo brillante del hilo que salía por la nariz de Jim y llegaba, lentamente hasta el agua de la bañera, donde se diluía como un río deshaciéndose en un barro rosado que envolvía su pecho. Del color del sol después de cabalgar sobre la tormenta.


No, no lo van a creer. Así no. No creerán otra historia más de estrella del rock arrasada por la fama y las drogas. Esa historia ya se ha contado, ya la hemos oído. Es como si otro tipo anduviera sobre las aguas, otra perrita enviada al espacio, Alejandro conquistando, de nuevo, Asia: eso ya no vale, ya lo contaron otros. No importa si sucedió o no, pero ya ha sido contado. Necesitamos más. Quizá él predijo su muerte. No hablamos de que la planeara: la predijo. Eso podría funcionar. O quizá la simuló, seguirá siempre por ahí, pequeñas apariciones, pistas más o menos inconexas. No, eso ya se ha intentado y al final te acaban pillando. Aunque de momento dejaremos las tarjetas del banco en paz, que algunas cosas sigan moviéndose.


La gente inventará todo tipo de cosas. Es inevitable. También Jim se ha pasado la vida inventando mil historias, emborrachándose de metáforas e invitando a todos a ese licor adictivo, intoxicando mentes demasiado vulnerables con frases complicadas, adjetivos inadecuados, palabras como balas directas a la frente, entre los ojos. Toneladas de sinsentido para que todos crean oír otro Evangelio, la penúltima revelación, la nueva y definitiva Inspiración. Ahora serán, en cambio, otros cuentos, otras mentiras, rumores que nadie sabe quién inventó, como un chiste sin ninguna gracia, leyendas que rellenarán poco a poco todos los huecos, los espacios, hasta los más estúpidos. Ahora la Nueva Iglesia de Jim inventará milagros y acumulará reliquias y viejas historias tan falsas como creíbles. ¿Por qué se había afeitado esa noche antes de meterse en la bañera? ¿Había visitado realmente el cementerio de Père Lachase unos días antes de morir? ¿Había escogido el lugar donde quería ser enterrado? ¿Qué música escuchaba antes de morirse? ¿Cuál fue la última sustancia? ¿Realmente tenía fobia a las agujas? ¿Un yonqui con fobia a las agujas?


El doctor Vasille, Jaques, Agnes... todos dicen que está muerto. Ésa es La Verdad ahora. Anoche o ayer o luego estás escribiendo algo, leyendo a Baudelaire en una voz tan atronadora como confusa y después, pero quizá ya o aún siempre, estás muerto. Su poesía descarta el suicidio. Aunque también su poesía descarta la autocomplacencia, la indulgencia o la hipocresía y todos siguen ahí, haciendo cola, esperando el turno para preguntar. Ahí están todos. La muerte los ha llamado. Ellos dicen que ha muerto, otra vez, necesitan decirlo muchas veces, como un salmo, un estribillo, para creerlo. Es el fin. Su único amigo. Su demonio. Un bello final. El final de la risa y las suaves mentiras, el final de las noches en las que intentábamos morir.


Morir es dejar de morirse y, al fin, cada cual es su propio demonio.

sábado, 2 de octubre de 2010

Pop-Fiction (7): ¿Gatitos o Iguanas?






- ¿James? ¿Eres tú?
- Sí tio, sí. Pero llámame Iggy, como los demás. Nunca se sabe, cualquiera podría estar escuchando.
- ¿Paranoia, Iggy? ¿Otra vez?
- No tio, nada de eso. Estoy limpio. No te lo vas a creer.

Cuando James, es decir, Iggy, perdón, utilizaba esas seis palabras es que algo realmente muy grave había sucedido o, lo que era todavía peor, estaba a punto de suceder. Estaba la vez del atraco al banco “con unos amigos que tienen acceso a una farlopa de primera, fantástica, no te lo vas a creer”, la amenaza de salto desde el edificio Chrysler porque “tío, no te lo vas a creer, Jenny dice que si ella y yo llegamos vivos al suelo nuestro amor será eterno” o aquélla vez de “no te lo vas a creer, estoy en una comisaría entre la 5ª y ¿Hampton?, espera, lo pregunto... sí... y dice este pollo vestido de azul que no estoy en condiciones de conducir... un camión de la basura... si no pasa de 30 millas la hora y el calvo que lo conducía nos lo ha dejado encantado ¡será capullo!”.

- Bueno, Iggy ¿qué pasa? ¿A qué peligro real o tal vez y afortunadamente sólo imaginario nos enfrentamos esta vez?
- Es horrible, tío... mi gata... Nancy
- ¿Nancy?
- Sí, tio, mi gata, se llama Nancy, ya sabes, por la novia de Sid... joder, Brian... hay que decírtelo todo.
- No seas así, Iggy. Por cierto, ya sabes que odio que me llames Brian... me llamo Marilyn, ¡Marylin! O, si prefieres, Mr Manson. Y lo mio es más el satanismo que el punk. Así que la primera Nancy que me viene a la cabeza es la hija de Sinatra.
- Y eso sí es demoniaco ¿eh Marylin?.
- No seas malo.


Siempre era igual con Iggy. Las cosas parecían trascendentales, oceánicas, inmanejables, hasta que se salía como si nada del asunto, alguna palabra hacía clic en su cerebro y se olvidaba incluso de cómo había empezado la conversación o de por qué te había llamado. Ahora Sinatra era lo que había hecho clic y se le había ido el hilo. Había que reconducir el tema o la llamada no acabaría nunca.

- ¿Qué le pasa a Nancy, Iggy? Dispara, no tengo todo el día. Hoy vienen de Rolling Stone y aún voy por la primera capa de maquillaje.
- Ha tenido gatitos, Marylin. Cuatro gatitos. Uno blanco, con el pelo como de algodón y tres atigrados, como ella... ¿Primera capa de maquillaje?
- Sí, a tí tampoco te vendría mal. ¿Y qué pasa con los gatos, Iggy?
- Ha tenido que ser Elvis, el hijoputa del gato persa del vecino.
- Elvis, siempre Elvis. ¿Cuándo nos libraremos de esa maldición? Por cierto ¿es que hay gatos persas en Florida? Aquí en California se mueren de calor. Yo creo que el siamés se adapta mejor, por lo del pelo más corto y...
- Joder, Marylin, esto es importante. Te estoy diciendo que he sido abuelo de cuatro gatitos...
- ¿Son todos machos?
- ¡Y yo qué se! ¡Coño! ¡Joder, Marylin!


Como otras veces, como en otras crisis, a mitad de cuestión, colgó. A su manera. A la manera de La Iguana de colgar. Esta vez no se oyó el golpe del móvil al estrellarse contra la pared o el suelo. Quién sabe. Quizá lo habría tirado a la piscina. Volvería a llamar. Por algún motivo Iggy confiaba en Marylin. Solía presumir de ser amigo suyo y de que era el único que había pronunciado alguna palabra sensata en aquella película de Michael Moore aunque, en el fondo, el argumento de aquella entrevista ya se lo había oído antes en una de tantas conversaciones de madrugada. El teléfono de Marylin volvió a sonar agitado por otra imperceptible señal que viajaba de nuevo de costa a costa.

- ¿Marylin? ¿Podemos hablar? Ya tengo otro teléfono.
- Claro Iggy, tío. Me decías que habías sido abuelo.
- Bueno, el caso es que, ya sabes, yo no puedo hacerme cargo de los gatitos. Se lo he dicho al joputa del vecino y él asegura que no tiene nada que ver.
- Bueno, es difícil controlar a un gato. Y más si se llama Elvis.
- Yo creo que el cabrón se reía cuando pasé a pedirle explicaciones.
- ¿El vecino?
- No, el gato. Creo que Elvis se reía de mi. Él sabía seguro que era el padre. Tiene esa mirada... como Garfield, ¿sabes?
- Ya.
- Bueno, el caso es que no sé cómo deshacerme de los gatitos...
- ¡Eh! ¡Ni se te ocurra! ¡Ni siquiera has llegado a pensarlo! Vivo muy lejos. No soportarían el viaje. Además, ¡soy alérgico!
- Tú eres satánico, no alérgico...
- Que sí tio, en serio. Yo no puedo. No puedo hacerme cargo.
- ¿Y qué quieres que haga? Los he intentado colocar a la gente del servicio, a mis guardaespaldas, a los demás de Stooges, incluso he llamado a Bill Wyman. También lo he intentado con la última furcia que contraté, que parecía muy sensible. Nada. ¡1900 dólares y nada! ¡No se llevó ni a uno, la tía puta!
- No sé... la gente...
- Sí, ya sé: la gente los mata. Sin piedad. Los mete en un saco y los tira al río. Los golpean y los tiran en un contenedor de basura. O los abandonan en el arcén de la interestatal para que los trailers los conviertan en sellos con la cara de un Elvis peludo.
- O los llevan al veterinario, Iggy. Se puede ser más civilizado.
- Sí, como el corredor de la muerte. Una inyección letal... Pero no puedo, tío, no puedo. Esto es más fuerte que yo.
- Joder Iggy. Has pasado por muchas cosas. Esto no va a acabar contigo.
- No, en serio. Imposible, Marylin. No puedo hacerlo. Yo no. He pensado que tú, que le das a los ritos satánicos y todo eso. Te pagaría el viaje hasta aquí... tú ¿podrías?
- Ni pensarlo. De ninguna manera. Lo mio es maquillaje, joder. No soy un asesino. ¿Quíen coño te crees que soy?
- No, Marylin, lo siento, en serio... no pretendía decir que...
- ¿Serás...? ¿Te crees que porque me pongo lentillas blancas o hablo en falsas lenguas muertas en el escenario me voy a cargar a tus gatitos, a los hijos de Nancy Sinatra?
- No es Nancy Sinatra, tío, es Nancy Spungen, la novia de Sid Vicious, ya te lo he dicho.
- Lo que sea, joder, Iggy, como se llame su madre... No pienso hacerlo.

Dos noches después Iggy tocaba en la gala inaugural de la Rock Hall of Fame. Cuando comenzaban los primeros acordes del “We are all gonna die”, la canción que había compuesto para el último disco de Slash, se acordó de los dos gatitos que quedaban en casa, al cuidado de Nancy. Echaría de menos a los otros dos gatos atigrados. Bueno, Nancy no parecía habérselo tomado mal. Pero no era posible quedarse con todos, ni matarlos a todos. Sí, we are all gonna die, así es. Una certeza incuestionable. Pero por lo menos dos de ellos seguían allí. Con él. Con Nancy. En el lugar al que pertenecían. Y Marylin cuidaría bien de los otros dos. Por supuesto, era un buen tío Marylin, detrás de todo ese maquillaje. Cómo se había enrrollao, el tío. El SMS que le envió decía que estaba encantado con ellas (finalmente eran gatitas) y que, como no podía distinguirlas, les había puesto Absenta y Heroína. Unas auténticas monadas, decía el bueno de Manson.

“Buena gente, Marylin y Rachel, la chica nueva. Satanistas, pero, después de todo, buena gente. Pero mañana mismo castro al cabrón de Elvis, con la cuerda de esta misma guitarra” , pensó Iggy mientras la multitid coreaba “¡We are all gonna die! / So let's get high / ¡We are all gonna die! / So let's be nice”

¿Y ahora qué? Ahora vamos a por “I wanna be your dog”, por supuesto.





viernes, 1 de octubre de 2010

Día mundial de los cuidados paliativos.


El próximo viernes día 8 de octubre es el día mundial de los Cuidados Paliativos. Con este motivo han sido organizados una serie de actos en la Plaza de la Catedral de Murcia (cardenal Belluga) a partir de las 12.30 de la mañana.





La Momia que Habla ofrecerá un (breve) concierto en la carpa que se instalará en la plaza.


Lo de menos es el concierto. Lo importante es apoyar todos con nuestra presencia a la gente que se está currando esta atención sanitaria tan básica, muchas veces relegada por la fascinación de la tecnología salvadora de vidas.


Os esperamos.


Aquí tenéis la presentación del acto:


bolo paliativos (2010)