martes, 25 de agosto de 2009

Manual de heteroayuda para El Cuarteto de Alejandría ( I )

"Otra vez hay mar gruesa y el viento suena en ráfagas excitantes..." ¿Quién nos habla? Nos habla Darley. Darley es el narrador y protagonista de esta historia. Es un narrador en primera persona. Su nombre como tal no aparece hasta bien entrado el primer tomo. Ya hay un cierto desconcierto con esto. ¿Y quién es Darley? Darley es un hombre de mediana edad, en sus cuarenta. Es un hombre al que le ha pasado un trolebús por encima. Por eso está recuperándose. ¿Dónde está recuperándose? En una isla. De ahí la mar gruesa. Los lugareños no entienden qué hace este hombre en esta isla. Sospechan que algo le ha pasado por encima. Ignoran qué. Como decía la gran Christina Rosenvinge, a los cuarenta y pocos años ya se te bha caído el mundo encima un par de veces. ¿Qué es ese trolebús que le ha pasado por encima a Darley? Bueno, él nos va a empezar diciendo que ha sido Alejandría, la ciudad. La ciudad lo ha zarandeado como a un muñeco. Como un Mihura a un torero a porta gayola. Como un tornado. Como esa bolsa que filma el joven de American Beauty. Nosotros vamos a ir sabiendo que lo que le ha pasado por encima, su trolebús, ha sido Justine. Otro dato que despista mucho es que él está con una niña en la isla. Nos dice que la niña es la hija de Melissa. Pero, ¿quién es Melissa? Melissa es el amor de Darley, su chica, antes de que Justine empitone a Darley. Melissa es un personaje entrañabilísimo. Es una dulce prostituta tuberculosa. Un angel. Es Elisabeth Sue en Leaving Las Vegas. Maldita Amaral. Nunca una cantante le ha hecho tanto daño a una película, qué película, digo, a una obra de arte así. Leaving es la historia de cómo un angel no es suficiente para contrarrestar la fuerza salvaje de la pulsión de muerte, encarnada en el alcoholismo y la autodestrucción de Nicholas Cage. Nunca nadie se ha limpiado la gotita del pipí con tanta gracia (y con tan poco papel) como la Shue. Esa Shue es Melissa. La niña de la isla es hija de Melissa, pero no de Darley. El la cuida, el la cría. ¿Qué más dará de quién son los hijos que criamos, si son de ellos mismos? La tercera clave de lectura es que estamos escuchando una historia que ya ha pasado. Asistimos a los restos del naufragio. La cuarta clave es que estas cuatro novelas son en realidad un poema y como tal deben ser leídos. Como decía un viejo maestro mío sobre Freud, sin estar atado a la miseria de la coherencia, de la autocoherencia. Poesía y autocoherencia son como Pío Baroja decía del pensamiento navarro. Si es navarro no es pensamiento. Si es pensamiento no es navarro. Leamos libres, compañeros. Faldones por fuera.

Tenemos un superviviente aturdido pero no resentido. Salitre flotando. Tenemos olor a naranjas. No. Mejor. A manos que han pelado naranjas. A unos lugareños extrañados ante la visión de un hombre extraviado. Tenemos a la niña nutria. Que no habla, que duerme en cuna, junto a la chimenea de la casa. Peo que nada como una nutria. Que selecciona las páginas del manuscrito de Darley arrancando al azar las páginas que se le antojan. La censora más en las antípodas de Fraga. Tenemos un hombre que no tiene nada pero tiene su memoria. Los recuerdos de su vida durante un tiempo en Alejandría. Nos los quiere contar. Nos invita a su isla. Ingresemos en su mundo. Un mundo de sentidos.

jueves, 13 de agosto de 2009

MANUAL MOMIA DE AUTOAYUDA (7): Farfullar canónico en la aldea (global): la Verdad® Revelada.

Reyes no sabe muy bien si le molesta que la Señorita Práxedes la saque de clase dos veces por semana. Hay cosas buenas: la Señorita Práxedes y ella salen juntas de clase y, muchas veces, la lleva de la mano a la biblioteca. A veces van a hacer fotocopias para los deberes del fin de semana. A Reyes le gusta hacer fotocopias. La luz que va y viene por el cristal, a toda velocidad, como una espada Jedi. A veces se hace fotocopias de la mano o de la cara, como ésta de abajo, cuando llevaba el pelo largo:



Pero a Reyes no le gusta que sus amigos se sepan una historia que ella no conoce. Como un Harry Potter secreto, exclusivo. Aunque no se trata de Harry Potter, se trata de una historia que tiene mucho que ver con la Navidad, con los Reyes Magos, con la Comunión. A estas alturas Reyes sabe positivamente que Jesús tiene que ver con los regalos. No le queda duda. Y a Reyes le gustan los regalos. Pero, más todavía, le gusta enterarse de las cosas: mientras el resto de la clase estudia con la profesora de Religión que Dios creó el mundo y que Jesús dijo que si te pegan una torta tienes que poner la otra mejilla —cosa que, por cierto, Pedro aún no se ha aprendido, así que igual le suspenden Religión este año—, Reyes hace fotocopias. Bueno, no siempre: los Martes la Señorita Práxedes suele reunirse con otros profes y a ella la dejan leyendo Kika Superbruja, que tampoco está tan mal. Pero sus amigos pueden leer la historia de Kika Superbruja cuando quieran y ella no se aclara muy bien con quién es la Virgen María. Sobre todo cuando oye a Marta, su hermana mayor, gritar, encerrada con el teléfono en su habitación, «¡Mecagüenlaputa, Pilar, qué cabrona! ¡Qué ganas tengo de dejar de ser virgen!». Marta tampoco hizo la Comunión, dicen sus padres. Claro, con esas palabrotas, a ver.


Así que a veces Reyes deja a Kika Superbruja de lado (más bien boca abajo) y busca cosas sobre religión en Google, con el ordenador de la biblioteca. Pero claro, como todo en Google, es un lío. Pero, por lo menos, se entera de que hay muchas religiones donde escoger: hay monoteístas, politeístas y dualistas; abrahamicas o dharmicas (esto le resulta totalmente extraño, sobre todo por la «h» intercalada) y también reveladas y no reveladas… Lee que sólo un 12% de la población mundial se declara no creyente (la Señorita Práxedes le aclara que eso significa que solo una de cada ocho personas no tiene religión). Y eso precisamente es lo que le dice su padre que es la razón para que ella no tome la comunión: «Nosotros no somos creyentes, cariño», le dice siempre. Claro que luego siempre está con «Creo que no es buena idea que tengas un móvil a tu edad», «Creo que es mejor que cambiemos de playa este verano», «Creo que va a llover», «Creo que el perro quiere hacer pis ¿por qué no lo sacas, cariño?». Anda que, para no ser creyente...


Reyes, vistas las fotos que salen si le da a «imágenes» finalmente decide que lo que más le mola es ser rastafari. Desde luego monja no, en ningún caso. Muchos del insti, cuando pasan por delante del cole, en el recreo, llevan «rastas» y pantalones anchos y molan. Los rastafaris molan. Reyes lee en Google que la Biblia de los rastamanes es el Kebra Nagast (lo he escrito bien, creo), que habla del Rey Salomón y la Reina de Saba. Mira por dónde, como le dice mamá: «Levanta ya del sofá y pon la mesa, que pareces la Reina de Saba». Reyes intenta aprender, pero finalmente se lía todavía más y se mete, vaya usted a saber cómo, en la página del Monstruo del Espagueti Volador (que no está bloqueada por el cortafuegos del cole), que ése sí que mola de verdad. Aunque sus amigos no van a entender que se ponga a rezar algo como esto:


Oh Tallarines que están en los cielos gourmets

Santificada sea tu harina
Venga a nosotros tus nutrientes
Hágase su voluntad en la Tierra como en los platos
Danos hoy nuestras albóndigas de cada día
y perdona nuestras gulas así como nosotros perdonamos a los que no te comen.
No nos dejes caer en la tentación (de no alimentarnos de ti)
y líbranos del hambre...
RAmén.




## Interrumpimos este post para comunicarles que nuestro narrador omnisciente nos indica que la nota al pie de la Señorita Práxedes en el boletín de notas de Reyes Rodríguez, correspondiente al segundo trimestre «reza» así: «Estimado Señor Rodríguez, intente ahondar un poco más con su hija en lo que me comentó del “humanismo laico”, contra lo que no tengo nada que objetar. Pero creo que Reyes anda un poco confusa. Ah, insista también en las operaciones con fracciones, las divisiones por dos cifras y el significado de los porcentajes. Y felices vacaciones de Semana Santa». ##


Así que queden con Dios, o con el MEV, es un decir.




viernes, 7 de agosto de 2009

MANUAL MOMIA DE AUTOAYUDA (6): Cómo medicalizarlo (prácticamente) todo.


Abres la bolsa de las patatas fritas. Piensas en los ácidos grasos mono ¿o eran poli? insaturados. Te están mirando, desde el fondo de la bolsa, camuflados, pegados a sus paredes de espejo y sal y acrilamida. Y el solomillo a la plancha que acabas de cocinar… ¿tienen un sabor especial las nitrosaminas? Quizá no, pero tú sabes que están ahí, esperando, pugnando por establecer la penúltima mutación de uno de tus epitelios mucosos. Pero es posible que el tabaco que fumaste o el sol que te quemaba la espalda otras tardes de Agosto, en tu juventud, llegue antes. Que tu onco-destino esté escrito en un pasado de playa y fiestas y diversión. Entonces no sabíamos nada, los médicos no nos daban tantos y tan buenos consejos. Decides dejar las patatas fritas a un lado. Pero el solomillo no. No puede ser malo, no éste.

Bebes vino, mucho vino (tiene resveratrol). Te mareas, aunque no sabes si puede también haber influido el telediario que veías mientras masticabas carne de ternera lechal (o la propia radiación de la pantalla de plasma, o el móvil que olvidaste quitarte del bolsillo del pantalón). La locutora ha sonreído cuando decía “trenta y cinco muertos”, estás seguro ¿o ha sido el resveratrol?. Tú, en cambio, te sientes culpable por comer trozos de bebés de ternera, lactantes descuartizados. Supones (bien) que la culpa probablemente se asocia con trastornos psicológicos. No estás muy seguro (no has leído lo suficiente sobre la culpa y eso te hace sentir más culpable así que bebes más vino y apagas la televisión). No sabes si dormir la siesta o no. Quizá el sedentarismo aumente la cardiotoxicidad de las grasas que había en la veta del borde superior del solomillo (y que no has podido evitar saborear). Dudas. No sabes cuánto tiempo deberías emplear en la siesta. No sabes qué posición (física) adoptar: tumbado en el sofá podrías favorecer el reflujo gastroesofágico, la metaplasia intestinal en el esófago distal y de ahí al adenocarcinoma no hay más que un poco más de desorden celular (y vuelves a pensar en las nitrosaminas); sentado podrías dañar la estática de la columna vertebral, alguien te habló de su hernia de disco hace poco. Mientras lo piensas, te duermes, de alguna manera.

Cuando despiertas te duele enormemente la cabeza, pero desistes de tomar ibuprofeno por si empeora tu dispepsia, mata tus nefronas o desencadena asma (eso pone el prospecto que, sin embargo, no te informa de los beneficios). Tampoco te parece adecuado el paracetamol por la hepatotoxicidad que se uniría al exceso de alcohol de tu comida. Así que decides salir a pasear. La tarde ya es más fresca y un paseo es algo saludable (si no tenemos en cuenta la contaminación atmosférica, los alergenos transportados por el viento sur y la posibilidad de un atropello). La ciudad parece despertar contigo. La gente sonríe, anda alegre y despreocupadamente. No saben que pueden enfermar en cualquier momento. O que quizá estén ya enfermos. Ese breve escalofrío que han sentido al cruzar la puerta de casa. El pinchazo que hace unas semanas se ha hecho constante en el lado izquierdo. Ese fragmento indefiniblemente amenazante que quedó flotando, ayer, en la taza del inodoro.

Te cruzas con Luis. Te saluda de lejos. Te resulta extraño, hace días que no lo ves. Lo normal hubiera sido cruzar unas palabras, estrechar las manos. En cambio, ha hecho una especie de corta reverencia con la cabeza. Exacto, te ha saludado como un japonés. Y ha seguido su camino.

Ves a Alicia llevando una bolsa de tela de la que sobresale un barra de pan dorado. Está de pie, relajada y preciosa, mirando el escaparate de la relojería. Es la única persona que conoces que compra el pan dos veces al día porque no lo soporta si no está perfectamente tierno, recién horneado. Como su piel. Quizá esté sola estas semanas de Agosto. Como tú. Decides abordarla, probar, quizá haya suerte. Te acercas y la sorprendes por la espalda mientras ella mira a la esquina del escaparate donde descansan los Hublot y los Favre-Leuba. «¿Un compromiso?», le dices y haces que se vuelva y sonría. Ha reconocido tu voz. Intentas besarla, un saludo formal, en la mejilla, pero evita tu cara. Te parece asustada. Es su mirada. Sin embargo sigue sonriendo y hace unas cortas reverencias con la cabeza a la vez que da unos pasos nerviosos, en retirada, sin dejar de mirarte, hasta que finalmente se da la vuelta y sigue su camino, casi corriendo, dejándote clavado y estúpido, sin entender por qué todo el mundo parece japonés esta tarde. ¿Las aminas? ¿Los residuos de organofosforados en las ensaladas, en la fruta del verano?.

Decides volver a casa. Pasas por la puerta del Colegio de Médicos. Ves la pancarta. Han vuelto a hacerlo. Tendrán sus razones. Ellos son los expertos. Pero esta vez dudas si es un consejo o una amenaza y te vuelves a sentir culpable. Te prometes que mañana no olvidarás pasar primero, nada más salir de casa, por la puerta del Colegio de Médicos. Quizá cuelguen otro consejo de su balcón. No se puede estar desprevenido, como si tal cosa. Antes de entrar en el patio, limpias el pomo de la puerta con una toallita de aloe. Hay que tomar precauciones. Pero no entras. Decides ir primero a la papelería y encargar tarjetas de visita. Lavables, de plástico. Por si vuelves a cruzarte con Alicia.

jueves, 6 de agosto de 2009

"Maneras de Vivir"


Porque la vida es un estado de ánimo, porque siempre se puede aprender y por Rosendo Mercado...

martes, 4 de agosto de 2009

MANUAL MOMIA DE AUTOAYUDA (5): Protegiendo (de la Verdad) lo excepcional.


A Carlos le excita la idea de contemplar el amanecer de dos Lunas el próximo fin de semana. ¿O era el siguiente? Nunca ha tenido demasiada memoria para las fechas, su mujer es la que marca la agenda. Ha ido a un Cash Converter para comprar un telescopio. En la tienda duda en emplear el dinero del telescopio en una guitarra eléctrica que tiene buena pinta. Siempre ha fantaseado con la posibilidad de tocar, por una vez, un solo encima de un escenario. Un momento de vértigo perfecto. Pero gana el telescopio, otro momento excepcional (pero asequible), la Promesa de las Dos Lunas de Agosto.


—Será increíble —dijo el dependiente.

—Eso espero. Sí.

—Como en la Guerra de las Galaxias —el dependiente sonrió, mostrando un diente (un incisivo) de oro ¿también de segunda mano?

—Eran dos soles —dijo Carlos.

—¿Cómo?

—En la Guerra de las Galaxias. Eran dos soles, no dos lunas. En el planeta Tatooine, el planeta desértico...

—Sí, lo que usted diga. Son treinta euros.


Esa misma noche Carlos monta el telescopio en la terraza del apartamento. Juan, el vecino del edificio de enfrente —apenas hay diez metros entre sus dos casas—, lo mira con curiosidad, vestido con unos calzoncillos boxer tres tallas demasiado grandes y camiseta de tirantes. Fuma por debajo de un bigote fino, y la luna creciente hace relucir una calva llena de placas blanquecinas que a Carlos le recuerda los reportajes de las ballenas del National Geographic. Probablemente cosas del cambio climático: similitudes de la piel de las ballenas y los humanos.


—¿Qué? ¿Ahora nos aficionamos a las estrellas?

—No, es para espiar a tu mujer, que me lleva loco —le sonríe Carlos evitando el plural mayestático.

—¡Maruja! ¡Por fin vamos a amortizar lo de la depilación láser! ¿Lo entenderás, no, Carlos? Que la vida está muy mal. Son doscientos, por los derechos de autor.

—De eso nada. De gratis. Y si no que no vaya por la casa así.

—Es el calor.

—Ya. No te preocupes. Tu Maruja está a salvo. Esto es por las dos lunas que van a salir el 27 de Agosto. ¿Te has enterado o no llegan las noticias a tu cueva?

—¿Va a haber dos lunas? ¿Como en la Guerra de las Galaxias?

—Lo mismo, Gran Yedai, lo mismo.



Cuando llega Marta la cena —ensalada, pasta, fruta troceada— ya está en la mesa. Carlos le pregunta por el trabajo. Marta responde algo rutinario: evita contarle que Antonio tiene a su hijo en el hospital, que Lucía tiene otro amante —lituano—, que Salva la sigue mirando así, todos los días, desde la semana pasada. Marta sabe que ése otro mundo le pertenece. Otro planeta, a tres años luz de Carlos.

—¿Qué dos lunas?

—El próximo fin de semana. O el otro, no estoy seguro. Algo excepcional. Marte se acercará en su órbita a la Tierra y alcanzará un tamaño descomunal. Cuando aparezca la Luna, junto a Marte, en el horizonte, será como ver dos lunas en la misma noche. Increíble. Algo único.

—Si no se nubla.

—Ya.

—Y luego está lo de la contaminación lumínica.

—Sí, bueno, pero…

—Te habrá costado un huevo el juguetito ¿no?

—No creas. Es de segunda mano.

—Pues entonces será un timo.

—Bueno, hay una parte, en el borde, que se ve algo desenfocado, no creo que importe para ver…

—Ya, lo que te decía… ¿Dos lunas? ¿Eso no salía en la Guerra de las Galaxias?

—No, Marta, no.

—¿Seguro que no? El planeta aquel donde las carreras de coches.

—De vainas. No sé. Sí, es posible que fueran dos lunas. No lo recuerdo bien.


Marta se acuesta antes que Carlos. Sigue pensando en la mirada de Salva, no puede ser casual, Salva no se permite movimientos en falso. Carlos se queda haciendo unos ajustes en el telescopio. Enfoca a la luna y disfruta de los detalles de la superficie plateada. Apunta después a la casa del vecino y busca algo parecido al Mar de la Tranquilidad en la calva de Juan. Una analogía que lo separe de las ballenas. Mientras intenta enfocar a la cabeza de su vecino, Carlos piensa en el escaso valor de la verdad. En la necesidad de lo excepcional. Carlos sabe que lo de Marte y la Luna del próximo día 27 de Agosto es un bulo que corre por Internet. También sabe que nunca tocará un solo de guitarra en un escenario. Y que los nativos de Tatooine son los Jawas. Y que Anakin Skywalker fue el único humano que ganó una carrera —y su libertad— en ese planeta. Algo excepcional.