lunes, 20 de junio de 2011

LA INVESTIGACIÓN-ACCIÓN EN LA CLÍNICA




Decía Ortega: “La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización” La investigación pretende ser una perspectiva más para enfrentarse a la realidad, para conocerla, comprenderla y organizarla –distinta del sentido común de la experiencia, la expresión artística o la reflexión metafísica-. La diferencia con otras formas de conocer y comprender es que la investigación utiliza un método, es decir, un proceso ordenado de proceder con el fin de adquirir conocimiento válido.







No existe “un método” sino tantos, casi, como perspectivas. En los últimos años, en la era post-positivista que ha desdeñado, por falsa, la objetividad metodológica, la validez de un método de investigación depende más de que exista una comunidad de investigadores que lo valide que de un hipotético rigor, asumiendo la inevitabilidad del sesgo. Lo dicho es mucho más aplicable cuanto más nos alejamos de disciplinas muy paradigma-dependientes: física, matemáticas, biología, química. Para disciplinas menos “duras” como la sociología, la psicología o la clínica, en las que la visión desde un único paradigma restringe la comprensión es necesaria una apertura epistemológica que permita diversos caminos para la generación de conocimiento válido, es decir, áquel que ayuda a comprender.





La clínica es fundamentalmente un saber práctico y requiere un tipo de conocimiento que permita aunar elementos hasta el momento separados: la práctica clínica reflexiva, el nuevo profesionalismo, la evaluación de resultados, la generación de conocimiento válido pero contextualizado y útil y la reflexión filosófica. Un saber que rechace una división rígida de las tareas (investigadores, profesionales, expertos, gestores…) reforzando a “los que están dentro”: los profesionales y los afectados por su trabajo. Un saber cuyo fin principal sea mejorar la práctica y no generar conocimiento.





La investigación-acción surgió en los años 60 como una metodología de transformación de la práctica docente y el curriculum liderada por profesores insatisfechos con la brecha existente entre la teoría pedagógica y los verdaderos problemas a los que se enfrentaban cada día en las aulas. Está basada en el trabajo seminal del científico social norteamericano Kurt Lewin aunque, antes, Dewey ya aplicó y propuso este método. Más que un método específico es un estilo de investigación. Su aplicación al ámbito de la salud o las ciencias sociales es cada vez más importante y desde el año 2003 cuenta con su propia revista de divulgación Action Research. Se ha definido como “un proceso participativo y democrático comprometido con el desarrollo de un conocimiento práctico que persigue valores humanos valiosos basados en una visión del mundo compartida y que busca integrar acción y reflexión, teoría y práctica, con el fin de encontrar soluciones prácticas a los problemas de las personas y las comunidades”. La investigación-acción se opone a la visión positivista de un conocimiento objetivo y libre de valores. Por el contrario, defiende la noción de conocimiento como construcción social y, reconociendo que toda investigación se desarrolla en un sistema de valores y promueve un determinado modelo de relaciones humanas, se opone a una investigación que genere o colabore con un sistema económico, social o político injusto y/o no democrático.





Existen cinco principios característicos de esta metodología aplicada al terreno de los servicios sanitarios : (1) Planificación flexible: la motivación, contenido y dirección de la investigación surgen durante la propia práctica profesional y están continuamente bajo revisión; (2) Ciclo iterativo: la actividad investigadora se realiza durante un ciclo que implica (a) considerar qué problema se va a investigar; (b) proponer una determinada intervención para solucionar el problema; (c) llevar a cabo la intervención; (d) evaluar sus resultados; (e) aprender del proceso y los resultados; (f) reconsiderar el problema a la luz de la experiencia y, si es necesario, (g) iniciar el ciclo de nuevo; en todas las fases se debe implicar a todas las partes afectadas; (3) Subjetividad: la definición de la situación, los significados que generan los afectados y los valores que emergen deben explorarse porque son los que irán determinando el diseño (contenido y dirección) y la evaluación del proyecto de investigación; también se ha definido esta característica como “investigación democratica” y la ventaja es que tanto el proceso como los resultados tendrán más sentido para los implicados y mayor capacidad transformadora; (4) Mejora simultanea: la investigación debe ser capaz de mejorar la situación problemática durante el proceso de investigación; (5) Contexto único: la investigación debe considerar explícitamente la complejidad y la naturaleza única del contexto en el que se desarrolla el proyecto. Yo añadiría dos principios más: (6) Control por parte de una comunidad crítica: tanto el proceso como los resultados de la investigación deben ser relatados a una comunidad de pares y a todos los afectados para su evaluación y crítica, y (7) Incorporación secuencial de técnicas de investigación: durante el proceso investigador puede ser pertinente introducir técnicas de recogida de datos, análisis de textos o exploración de necesidades y expectativas que complementen cada fase




Es importante reseñar que la generalización del conocimiento obtenido mediante esta metodología es diferente de la que se hace con la investigación convencional. Los informes de investigación acción deben basarse en la experiencia personal del investigador, en su propia situación, aportando y explicitando sus valores y creencias, reconociendo sus sesgos; también el contexto debe ser descrito lo más ricamente posible al igual que la perspectiva de los participantes. Así, en la investigación-acción la teoría juega un papel subordinado a la “sabiduría práctica basada en las experiencias reflexivas de casos concretos”. Aunque el análisis teórico constituye un aspecto de la experiencia reflexiva, en la investigación-acción se subordina a la comprensión y el juicio práctico conectándolo con la realidad a la que se enfrentan los profesionales. La fortaleza de la investigación acción es su capacidad para influir en la práctica de manera positiva mientras simultáneamente se obtienen datos para compartir con pares u otras personas interesadas. Sin embargo, el éxito de la investigación-acción no se mide solo en la medida que genere cambios reales sino también en su capacidad para implantar unos valores intrínsecos a la actividad sanitaria, el aprendizaje individual u organizativo que genera el proceso y la profundización en un profesionalismo reflexivo.





Creo que la investigación-acción proporciona un modelo de investigación especialmente útil para la clínica al orientarse claramente hacia la acción, la reflexión y la participación democrática. Creo que es una orientación investigadora capaz de cambiar la “agenda clínica", demasiadas veces constreñida por el paradigma explicativo-positivista y la investigación convencional. La investigación-acción reconoce la complejidad de los fenómenos en el ámbito de la salud; la no linealidad de las relaciones causa efecto; la imposibilidad de una verdadera comprensión cuando es producto de una investigación “de laboratorio”, aislada de su contexto; la importancia de incluir a todos los afectados en la generación de conocimiento válido (definición del problema, proceso investigador, interpretación de resultados, diseño de la acción, etc.), sobre todo, de aquéllos tradicionalmente excluidos. La investigación-acción se constituye también, en mi opinión, como una oportunidad de desarrollar la práctica reflexiva en la relación profesional-paciente, dotando de contenido práctico la relación deliberativa propugnada como ideal y que se transformaría, gracias a este enfoque, en una forma de investigación compartida.





Söhn lo ha narrado: “El profesional reconoce que su pericia técnica está incrustada en un contexto de significados. Atribuye a sus clientes, tanto como a sí mismo, la capacidad de pensar, de conocer un plan. Reconoce que sus acciones pueden tener para su cliente significados diferentes a los que él pretende que tengan, y asume la tarea de descubrir en qué consisten éstos. Reconoce la obligación de hacer accesibles a sus clientes sus propias comprensiones, lo que quiere decir que necesita reflexionar de nuevo sobre lo que sabe… El profesional reconoce que su pericia y conocimiento experto son un modo de considerar algo que se construyó una vez y puede ser vuelto a construir. Desde este punto de vista, el verdadero conocimiento experto no consistiría en la posesión de información cualificada sino en la habilidad y facilidad de un experto para explorar el significado de su conocimiento en la experiencia y el contexto del cliente. El profesional reflexivo trata de descubrir los límites de sus conocimientos técnicos a través de su conversación con el cliente. El profesional aporta, sobre todo, una capacidad para la reflexión desde la acción; más que un verdadero conocimiento experto objetivo. El profesional no espera que su cliente tenga una fe ciega en su competencia sino que permanezca abierto y la juzgue, y se arriesgue a investigar con él y espera ser capaz de distanciarse de su propia atracción por la mística profesional que infunde seguridad”.






Abel Novoa

martes, 14 de junio de 2011

EL CORAZÓN MORAL DE LA MEDICINA



La buena práctica sanitaria se fundamenta en una serie de principios que proceden de su tradición o ethos pero que, lejos de ser estáticos, deben ser dinámicos. Me gusta equiparar la función sanitaria con la funión docente: la atención sanitaria se debería ejercer de manera que la relación clínica supusiera un aprendizaje para el paciente (y para el profesional). Un apredizaje que le permitiera al enfermo comprender mejor sus dolencias con el fin de tolerar las inevitables limitaciones que la vida nos va imponiendo a todos y aumentar, de esta manera, su autonomía personal. Ser un buen profesional sanitario significa ser capaz de enriquecer el grado de conocimiento que el paciente tiene sobre si mismo, los demás y el mundo, y no empobrecerlo (todo en relación con la salud y la enfermedad). Significa ampliar los conocimientos, las percepciones y los intereses de los pacientes y no reducirlos. Supone profundizar en el modo de reflexionar y sentir de los pacientes, no tratarlos con superficialidad. Ser un buen profesional sanitario implica no mostrar apatía, indiferencia o desinterés moral e intelectual hacia los pacientes.

Aunque siempre me ha rechinado lo de "vocación" creo que es importante que volvamos a sentir la práctica sanitaria como una vocación o llamada (no sé cómo llamarlo de otra manera) ya que ésta es la única postura que puede impulsarnos a comprometernos con los principios morales e intelectuales de la atención sanitaria y a no sucumbir ante las fuerzas que nos presionan para rebajar nuestras expectativas, escatimar esfuerzos en nombre de la conveniencia o, en el peor de los casos, desanimarnos. Creo que es importante volver a contemplar la práctica sanitaria como una empresa moral, que requiere personas maduras y reflexivas para ser ejercida.

La práctica sanitaria puede definirse de acuerdo con los medios que utiliza o de acuerdo con los fines que persigue. Centrarse excesívamente en los medios puede proprcionar una visión demasiado rígida de la naturaleza de la profesión sanitaria y reducir la práctica a una serie de procedimientos técnicamente impecables. Las técnicas y los protocolos toman las riendas de la función sanitaria que se aleja de la concepción de que existen unos fines o preopósitos que merecen la pena. Sin embargo las habilidades y técnicas son imprescindibles para un buen ejercicio. La práctica sanitaria es un tarea moral que debe emprenderse con habilidad.

Las perspectivas basadas excesívamente en los fines acaban considerando al sanitario un medio más y como dijo Octavio Paz, cualquier empresa que acabe considerando al sujeto como un medio para un fin futuro, por muy loable que éste sea, supone “preparar una prisión para el presente”. El sanitario conoce bien lo que supone que lo traten como jornalero y que a la vez le exijan una atención humana y técnica impecable.

Los sanitarios formamos parte de una profesión con mucha historia. Quizás volver la vista atrás, hacia la tradición milenaria de los míticos sanadores que nos han precedido, no nos ayude a diluir la tensiones, dilemas y ambiguedades que nuestra profesión conlleva pero sí nos podría permitir responder, que no reaccionar, ante los desafíos a los que la práctica diaria nos enfrenta. Una respuesta implica algo más que una reacción: implica la capacidad de pensar detenidamente en las cuestiones, de conseguir una perspectiva ampliada, de ser paciente y no impulsivo. Una respuesta supone la capacidad de tomar las riendas del propio trabajo en lugar de considerarse a uno mismo un simple ejecutor de los deseos de otros. Cultivar un sentimiento de tradición puede generar en el sanitario una distancia crítica respecto de muchas concepciones tecnocráticas contemporarneas de lo que se supone que es la profesión sanitaria y a la vez, también, incitar al sanitario a implicarse en su autoevaluación y a no perder de vista lo que significa ser, en primer lugar, un profesional.

O, quizás no

Abel Novoa
(a cuenta de nada y de todo)