I will not go.
Prefer a Feast of Friends.
Jim Morrison.
Pamela no era capaz de ofrecer una explicación coherente, el relato de un recuerdo: sólo pequeños fragmentos, detalles, un esbozo lleno de tachones. Pero ellos seguían insistiendo como si en su tediosa tarea de juntar pequeñas piezas que no encajan con las demás,como si coleccionando cada vez más piezas, un fragmento nuevo, brillante y distinto después de cada pregunta, pudieran reconstruir un puzzle del que no conocían la imagen final. Y la respuesta final no se parecerá a la verdad pero ¿qué importa? Si las puertas de la percepción fueran depuradas...
De la respuesta que esperan sólo aparece la bruma de una noche extraña y un cuerpo recién afeitado, inmóvil, en una bañera. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo? Establecer una secuencia de acontecimientos, un relato, cualquier cosa que se lleve bien con las palabras entonces o luego o después de aquello. Pero para Pamela todo eso era excesivamente fatigoso, inalcanzable. Ella llevaba años sin saber exactamente lo que sucedía. En ningún momento. Las mezclas de heroína, peyote y cocaína lograban que todo pareciera el mismo momento o cada vez uno distinto o ninguno en absoluto. Cualquier sueño ahora sería bienvenido, cualquier sueño sería más coherente que todo lo demás.
Pero ahora, esta semana, ayer y mañana, en el 17 de la Rue Beautreillis, dormir resulta demasiado caro y soñar ya es imposible.
Ahora, que en realidad es ya siempre después, el primer minuto, la primera hora después del acontecimiento sobre el que todo parecía girar, ahora estaba ahí ese doctor y la gente, siempre hay demasiada gente, la gente recopilando cada vez más detalles: la muerte necesita testigos, notarios fieles. La muerte son certificados, atestados, testamentos, frases hechas, tópicos para duelos, plañideras. No basta la muerte íntima, carecería de sentido. La muerte es una criatura exhibicionista que se quiere hacer notar. Necesita espectadores.
La gente, todos ellos, ¿quiénes eran algunos de ellos?¿quién los había llamado? Ella no recordaba haber llamado a nadie. Parecían comportarse como en esas películas antiguas en las que la corte del rey que agoniza espera el momento exacto, el desenlace, el final de la obra que todos necesitan para que todo vuelta a empezar. Que el rey muera para que surja un nuevo rey. Y mientras tanto quizá podamos sacar algo de todo esto. Jim ha muerto, viva el rey. Todo sigue en esa infinita cinta de Möebius atestada de gente muriendo y naciendo y contemplando a los demás. Pero el momento, el espectáculo, ya ha pasado y ya no hay nada por lo que esperar. Ahora es el tiempo de creer que lo que ha ocurrido es real. La muerte es una certeza, nuestra Gran Verdad. Aunque el proceso cambia, cada vez. Ellos quieren saber: el proceso es muy importante, de algún modo, para toda esta gente. Debe completarse una narración adecuada, aunque los detalles se les desmoronan como madera carcomida entre sus manos húmedas. Es tiempo para comenzar la Nueva Fe, ellos necesitan otra dosis para los creyentes. La gente cree o no cree y la gente no lo iba a creer tan fácilmente. Esto no. No otra historia como las demás. ¿Qué vamos a inventar?
A Pamela la interrogaban, insistentes, querían todo eso que ella no podía recordar ¿Dónde se había ido todo aquello? Se supone que ella había estado allí, dondequiera que fuera, todo el tiempo, desde la tarde anterior o todo la noche, tal vez varios días de juerga, acompañando a Jim. Pero algo, en algún momento, se había perdido en un lugar vagamente violeta de su cerebro. Con esfuerzo parecía que llegaban algunas visiones, escenas, flashes de luces del club nocturno, ecos con la melodía de The End. Pero quizá no fue en el club nocturno, quizá fue en casa, entre todos aquellos vinilos oscuros siempre por el suelo, Jim pedía uno nuevo a la tienda cada vez que alguno se estropeaba con un golpe, una aguja en mal estado o si la raya de cocaína acababa anegando los invisibles microsurcos por donde su antigua voz del joven que aún era se arrastraba. La luces parpadeantes, las luces que Pamela entresacaba de su recuerdo imposible para alimentar la necesidad de toda esa gente, los detalles que todos seguían pidiendo... también podían ser los flashes del fluorescente del baño, ese tubo que perdió la determinación de iluminar, ese tubo que iba a seguir siempre con esa aleatoria intermitencia. O el reflejo del parpadeo de las luces de neón del club al otro lado de la calle, colándose por la ventana. Ellos parecían impacientarse. Puede que los flashes existieran sólo en su cerebro, leves descargas de energía de las neuronas tratando de conectar adecuadamente entre alucinación y despegue, entre orgasmos y vómitos y nuevos despegues y aterrizajes y vuelta a empezar.
Jim había sangrado. Eso estaba claro. La visión de la sangre resiste el efecto de cualquier droga. El rojo brillante de la sangre oxigenada. El rojo de los semáforos, de las banderas, el rojo del cuero de los asientos de un descapotable también rojo ¿por qué no?, el rojo brillante del hilo que salía por la nariz de Jim y llegaba, lentamente hasta el agua de la bañera, donde se diluía como un río deshaciéndose en un barro rosado que envolvía su pecho. Del color del sol después de cabalgar sobre la tormenta.
No, no lo van a creer. Así no. No creerán otra historia más de estrella del rock arrasada por la fama y las drogas. Esa historia ya se ha contado, ya la hemos oído. Es como si otro tipo anduviera sobre las aguas, otra perrita enviada al espacio, Alejandro conquistando, de nuevo, Asia: eso ya no vale, ya lo contaron otros. No importa si sucedió o no, pero ya ha sido contado. Necesitamos más. Quizá él predijo su muerte. No hablamos de que la planeara: la predijo. Eso podría funcionar. O quizá la simuló, seguirá siempre por ahí, pequeñas apariciones, pistas más o menos inconexas. No, eso ya se ha intentado y al final te acaban pillando. Aunque de momento dejaremos las tarjetas del banco en paz, que algunas cosas sigan moviéndose.
La gente inventará todo tipo de cosas. Es inevitable. También Jim se ha pasado la vida inventando mil historias, emborrachándose de metáforas e invitando a todos a ese licor adictivo, intoxicando mentes demasiado vulnerables con frases complicadas, adjetivos inadecuados, palabras como balas directas a la frente, entre los ojos. Toneladas de sinsentido para que todos crean oír otro Evangelio, la penúltima revelación, la nueva y definitiva Inspiración. Ahora serán, en cambio, otros cuentos, otras mentiras, rumores que nadie sabe quién inventó, como un chiste sin ninguna gracia, leyendas que rellenarán poco a poco todos los huecos, los espacios, hasta los más estúpidos. Ahora la Nueva Iglesia de Jim inventará milagros y acumulará reliquias y viejas historias tan falsas como creíbles. ¿Por qué se había afeitado esa noche antes de meterse en la bañera? ¿Había visitado realmente el cementerio de Père Lachase unos días antes de morir? ¿Había escogido el lugar donde quería ser enterrado? ¿Qué música escuchaba antes de morirse? ¿Cuál fue la última sustancia? ¿Realmente tenía fobia a las agujas? ¿Un yonqui con fobia a las agujas?
El doctor Vasille, Jaques, Agnes... todos dicen que está muerto. Ésa es La Verdad ahora. Anoche o ayer o luego estás escribiendo algo, leyendo a Baudelaire en una voz tan atronadora como confusa y después, pero quizá ya o aún siempre, estás muerto. Su poesía descarta el suicidio. Aunque también su poesía descarta la autocomplacencia, la indulgencia o la hipocresía y todos siguen ahí, haciendo cola, esperando el turno para preguntar. Ahí están todos. La muerte los ha llamado. Ellos dicen que ha muerto, otra vez, necesitan decirlo muchas veces, como un salmo, un estribillo, para creerlo. Es el fin. Su único amigo. Su demonio. Un bello final. El final de la risa y las suaves mentiras, el final de las noches en las que intentábamos morir.
Morir es dejar de morirse y, al fin, cada cual es su propio demonio.
1 comentario:
¿Es necesaria una vida al límite para la expresión artística? Muchas pruebas nos remiten a una respuesta afirmativa...27 años.. qué cosas.. hoy Lennon hubiera cumplido 70 años y este no quería morir
Gracias Mo
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