miércoles, 30 de diciembre de 2009

Apuntes para un Manifiesto Momia (y...): DECLARACION MOMIA



Ante el inminente fin de año, se adjunta documentación a devolver firmada antes de que sea demasiado tarde. Plazas limitadas.



POR LA PRESENTE y en el día de hoy

se declara aquí y a éste

Espacio No Amenazado

de Convicción


Art. 1:

SE ANIMA a cualquiera

que en este lugar atraque

a expresar su opinión

y a renegar acto seguido

de su posición.


Art.2:

SE OTORGA una moratoria

expresa y permanente

ante los raptos de duda:

incluso se ofrece ayuda

y oratoria incoherente.


Art. 3:

SE APLAZA para siempre

(o sea, indefinidamente)

cualquier absurda tentación

que no admita satisfacción

ya, o sea, inmediatamente .


Art.4:

SE EXIGE con total rigor

y una seriedad inoxidable

declararse siempre competente

ante lo inexplicable.


Art.5:

SE ESTIMA inadecuado

no arriesgar (al menos un poco),

reservarse y preocuparse

y, por supuesto, indignarse

como si esto fuera cosa de locos.


Art.6:

SE TRATARÁ con rigor:

la desidia, el desafecto,

la falta de tacto,

el fanatismo (en exceso),

y los juicios amargos

(aún por desconocimiento).


Art. 7:

FIRMAMOS la presente,

con sangre de momia,

en la fecha… que sea

y sin cláusula accesoria.



Feliz año, bichos y demás parientes.

martes, 22 de diciembre de 2009

Supermaño Survivor (V): Supermaño contra El Hombre Invisible


— ¡No me jodas!


Sí, esa es una de las formas españolas de expresar sorpresa. Pero los superhéroes no se sustraen a ese tipo de lenguaje y menos Supermaño, entre cuyos superpoderes no se cuenta la fluidez en la expresión verbal. Lo suyo, ya sabéis, es la continencia, la circunspección. El silencio, vaya.


Pero, claro, cualquiera hubiera utilizado una expresión similar si tu interlocutor es el Hombre Invisible y unos segundos antes te suelta, delante de su segundo vaso de güisqui de malta (de veintiún años):


—Sí, tío, ciego. Soy completamente ciego.


Su nombre original es Hawley Griffin, aunque alguna vez ha sido renombrado como Henry Davenport. Sus investigaciones sobre la refracción de la luz resultan bastante más interesantes que toda la historia de, por ejemplo, la cirugía plástica (correctamente aplicadas permitirían hacer desaparecer pistoleras, papadas, flacidez abdominal y otras bellas secuelas del tiempo, el sedentarismo y las grasillas, de una forma mínimamente invasiva, pero de verdad de la buena). Ahora Griffin y Supermaño comparten mesa en The Coach and Horses, el pub propiedad de la novia de La Masa, junto al Parque Superman Memorial. La gente sentada alrededor de las otras mesas los mira, sobre todo Catwoman, que le ha echado el ojo a Supermaño hace unas semanas. Bueno, miran a Supermaño, que parece hablar solo en su mesa y, cuando no habla, pone caras raras (eso que, en otras personas, llamaríamos «gestos de atención»). Catwoman empieza a considerar seriamente al Increíble Hulk como mucho más atractivo.


— El problema que no supe ver antes de decidirme a experimentar sobre mí mismo —uno a veces es ciego incluso cuando cree que puede ver— es que si la luz no se detiene en la retina ¿sabes? las células, los conos y los bastones, no se estimulan, no generan el impulso eléctrico correspondiente así que la corteza occipital…

— O sea, ciego —precisa Supermaño

— Eso es. Como un puto topo.

— Un topo transparente —precisa (x2) Supermaño


Así que El Hombre Invisible en realidad es un pobre hombre que, si no quiere ir tropezándose con los muebles —indoor— o disfrutando de peligrosas caídas en las inacabables obras de la ciudad —outdoor— tiene que ir con su perro guía (Herbert, en memoria y homenaje a su creador) o con un bastón blanco y largo que le quita bastante potencia y prestancia al superpoder en cuestión. Por otro lado ¿para qué sirve la invisibilidad?


—¿Para asistir de incógnito a una conversación ajena? ¿Para saber realmente lo que dicen de uno? Te aseguro que no siempre es agradable. Poco recomendable, Supermaño, poco —seguía lamentándose Griffin delante ya de su tercer escocés.

—Bueno, al menos, en clase, el profesor Noh no sabe si estás o no. Y perdona la cacofonía.

—No, Noh, perdona, a mí también me pasa, sólo tiene que pasar lista. O preguntar. O asomarse y ver que Herbert no está en el patio

—Ya… ¿y para espiar a las superheroínas en la ducha después de clase de vuelo no asistido?

—Sí, sería estupendo… ¡si no fuera ciego!

—Ya, perdona. A veces soy un poco lento. Ya lo pillo. Es un desastre. Sin paliativos.


Entre las virtudes de Supermaño tampoco está ponerse en el lugar de los demás. Pero, en realidad, Supermaño está aturdido. Más que de costumbre. Supermaño se ve superado por La Revelación. Otra Gran Mentira. Toda su infancia soñando con no ser visto, deseando ser invisible, admirando a Griffin desde aquella peli antigua: poder robar las preguntas del examen de mates, o, mejor, falsificar las notas en el propio despacho del director. O mirar sin miedo de ser pillado una revista porno en el baño o, simplemente, observar qué ocurre en el dormitorio de tus padres y, quizá, dejar de pensar definitivamente que tu madre, de noche, algunas noches, vale, sí, sólo los sábados, es asmática. Otra fantasía a la basura. Supermaño, profundamente afectado, recordando aquello que dijo su padre de «¿Papá Noel? Pero no seas pavo, hombre» la semana pasada. Se acabó el vaso de güisqui de un trago. Un mes de profundas decepciones.


— ¡Eh tío! Te has acabado mi Cardú

— Joder… ¿pero no eras ciego?

— Ya sabes, los ciegos desarrollamos otros sentidos.

— ¿Por ejemplo?

— Tenemos facilidad para saber cuándo nos quieren engañar.

Y para pedir bebidas caras. Vale, vale. Yo invito. No te enfades.

— OK, nos vemos mañana en La Academia. Ciao Maño.


A Supermaño le pareció oír una risa rara, tal vez malévola, cuando el Hombre Invisible y Herbert se alejaban. Bueno, sólo se veía a Herbert, claro. Aunque Herbert, enseguida, trotaba suelto por el parque, meando árboles a diestro y siniestro, sin correa. Incluso se echó un pis en el monolito de kryptonita, junto a la fuente. Y Griffin, por supuesto, permanecía invisible. Y no se movían las hojas de los senderos. Y no había signos de que tropezara con nada. Nadie con nada.


—No sé si será ciego, pero el caso es que al final siempre acabo pagándole las copas a este tío—pensó Supermaño en voz alta—. La semana pasada me salió con eso de que «perdona, pero es que los billetes revelarían mi posición».


Recordó el famoso koan de Gasan: "Estudiar la verdad especulativamente es útil como manera de coleccionar material de enseñanza. Pero recuerda que a menos que medites constantemente, tu luz de verdad podría apagarse."


Y recordó, también, que Noh le había dicho que nunca lo entendería. Sobre todo lo de «especulativamente».





lunes, 14 de diciembre de 2009

WILLARD (MI WILLARD)

WILLARD (MI WILLARD)

WILLARD

Quisiera compartir con vosotros mi experiencia de Apocalypse Now.
Los dos puntos que más me interesan son: 1) Quién es el capitán Willard. 2) ¿Qué es el horror?
Hoy me ocuparé de Willard. Otro día, del Horror.

Aunque A.N. siempre será más recordada por el personaje de Kurtz (y la maravillosa interpretación de Brando), en mi cabeza el personaje principal es Willard. Martin Sheen es una elección muy acertada. Su personaje del "Ala oeste de la Casa Blanca" no hace sino confirmar algo que no hace falta confirmar. Que es un actor memorable y que es disciplinado y sabe, elegantemente, situarse por detrás del personaje que interpreta. Qué bien se recoge.

Al comenzar la película, sabemos que Willard tiene sus problemas. Ha vuelto de la guerra, de su primer viaje, su primera misión. Nadie vuelve bien de esos sitios. Es como los golpes en la cabeza. Nunca son para bien. Pero el "malestar" de Willard no parece, no me parece, directamente ligado a ese viaje. Yo siento que él está "mal" de antes. Nos cuenta que ha recibido la solicitud de divorcio de su mujer. Nos la cuenta de modo despegado, desapegado. Como algo que ya está muy lejos de él. Apenas un sonido, apenas audible. Está más allá. Tampoco suena como que la guerra los ha distanciado. La guerra no parece la responsable de su malestar. La guerra no parece la responsable de su deterioro matrimonial. Willard parece estar "mal" de antes. Tal vez de siempre.

Si algo sobresale de la actitud, incluso corporal, de Willard es su laconismo. El agua hierve por abajo, sin embargo. La escena del espejo, donde dicen que Sheen sufrió en verdad un infarto de miocardio que demoró el rodaje, así lo atestigua. No son sólo las drogas lisérgicas. Es una rabia interior. Salvo en la escena ésta, sin embargo, se las apaña para mantener una sobriedad, una economía de movimientos importante. Willard lo mira todo y apenas dice nada. Se reserva. Tiene un grupo que liderar. Es responsable y sobrio en su ejercicio del liderazgo. Hasta en el modo de vestir lo es. Sobrio. No es desmadejado. El uniforme no lo explica todo. Es sobrio hasta en el muy erótico affair visual que tiene con la dama francesa en la cena. Willard es contenido. Hasta matando es contenido. Su retirada final vuelve a ser el colmo de lo sobrio. Se entiende que ha de estar acelerado por dentro. Taquicárdico. Acaba de matar a Kurtz. Tiene una tentación ahí afuera. Ese pueblo se le rinde, se le ofrece. No, no le interesa reinar. Esa no es la motivación del capitán. Tampoco lo es la saña. No mata con gusto, Willard. Tampoco es el cumplimiento del deber, de la misión. Vemos a lo largo de la película que Willard no es el prototipo de arribista ni tampoco la oveja obediente. Ni quiere ascender, ¿para qué?, ¿adonde?, ni quiere que su Padre Patria esté orgulloso de él. Ni siquiera parece que él crea en el ejército, ni en la Patria. ¿Mata acaso Willard por responsabilidad? ¿Hace, acaso, aquello que cree mejor para el pueblo de Kurtz? Tampoco lo creo. Si algo me inspira el asesinato de Kurtz a manos de Willard, si algo me evoca, ese algo se llama Eutanasia. Los tormentos interiores de Kurtz son tan intensos, tan incesantes, que matarlo parece una obra de caridad. También de dignidad para con el coronel, a quien regala una muerte digna. Mientras consulta la documentación sobre Kurtz a lo largo del viaje, uno tiene la impresión de que, en todo caso, ésta no sirve más que para acrecentar la imagen de Kurtz en su cabeza. Para admirarlo más.
Se abre en mi cabeza el siguiente dilema.
¿Lo mata como acto de amor, de caridad, de compasión?
¿Lo mata para que no se le derrumbe MAS la imagen IDEAL de Kurtz? ¿Antes de que se le derrumbe aún más? Si se le cae el ¿último? mito, ¿en qué referencia mirarse? ¿A quien encontrar cuando se mire hacia arriba, hacia LO LEJOS?

Lo que más aprecio es que nunca lo sabré. Los grandes muchas veces cierran así. Como David Chase cerró Los Soprano. Para poder pensar (desentumecer la máquina), para poder debatir (con tantos amigos queridos), para poder pensar distinto o lo contrario el mes siguiente, el año siguiente, para gozar. Gozar.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Supermaño Survivor (IV): Supermaño contra La Momia.


Supermaño inmovilizado, las manos atadas a su espalda por una correa ajustada y perfectamente indestructible. Los pies unidos por una cuerda y ésta amarrada a una anilla, por supuesto oxidada, por descontado anclada al suelo. Rastros de sangre en sus muñecas al intentar liberarse. El Héroe en serios apuros, casi vencido, apenas iluminado por la luz que traspasa los barrotes de la celda húmeda, llena de telarañas [Nota del Blogger : esto es una licencia poética, la humedad y las telarañas no suelen ir de la mano]. ¡Ah!, también la sombra de un roedor aparece, escabulléndose, hacia la esquina inferior izquierda. Sordidez casi tópica. Pero estamos en pleno cómic de superhéroes. Esto es lo que hay.


Y esta es, a grandes rasgos, la primera viñeta.


Porque en la primera viñeta, el superhéroe ya está normalmente inmerso en un problema sin aparente solución. Todo es oscuro. Todo menos nuestra esperanza en que las cosas, hacia el final de la historieta, sigan su curso normal, su habitual desenlace heroico, triunfante. Pero ahora, en las primeras viñetas, insito, todo es oscuro.


Todo menos la sonrisa del villano.


Porque el antihéroe —y su sonrisa bestial y sucia de antihéroe— aparece enseguida, de la segunda a la octava viñeta, primero apenas una silueta, de espaldas. Luego un primer plano corto: un ojo con un extraño brillo. Una mano, apenas unos huesos envueltos en una piel de aspecto viejo y frágil. Y unas vendas sucias que cubren su cuerpo, deshilachadas en lugares estratégicos para que podamos entrever y adivinar. Los ojos aparecen de nuevo, desde lo profundo de la sombra que provoca la venda que recorre la frente. Y otra vez la sonrisa. La sonrisa horrible de los que sólo se ríen cuando los demás lloran, cuando piden piedad, cuando están humillados.


La Momia (ahora es evidente, se trata, por supuesto de ese clásico del género) clama venganza. En cuanto se vuelve se dirige a Supermaño, al otro lado de los barrotes, hundido, sin posibilidad de huída. La Momia realiza su discurso de supervillano (no se puede ser un auténtico supervillano sin un discurso). El discurso lo justificará todo. Sabremos que su maldad no es gratuita. Su odio es ancestral, primigenio. En la raíz de su rencor está un mínimo gesto de Supermaño, hace tanto tiempo, eramos unos niños, tú no lo recuerdas ¿o sí?. La final del concurso de canto. El colegio. En 1972.


La Momia, entonces solo era un aprendiz de superhéroe, un compañero más al que todos llamaban por el apellido: Morey. Había preparado el tema con dedicación. Una preciosa canción. Un éxito de la época. Semanas de práctica, afinación, ritmo, acentuación, dicción. Supermaño, adormilado entre el público. Ya entonces era popular por su capacidad de abstracción: probablemente llevaba dormido desde hacía más de cuatro o cinco temas. Pero es entonces cuando Morey sale a escena, su Gran Final, su Supermomento Infantil y comienza la música pregrabada.


Aquí, en pleno flashback de viñetas donde adivinamos el aspecto que La Momia tuvo antes (un niño algo regordete, moreno, luciendo tupé y mirada visionaria), aparece superpuesto en la parte superior de los cuadritos el típico pentagrama oscilante, como en olas, con la letra de aquella canción sobreimpresa: «Amaneeeceeee, la lluvia lentamente moja mi déspertaaaar…». Y luego vemos a un niño que se levanta de su silla. Es Supermaño (él ha cambiado menos, lo reconocemos perfectamente como un clon infantil de sí mismo). El niño, Supermaño Niño, sin ninguna diplomacia, sin ninguna empatía, cero zen, suelta a voz en cuello:


— No jodas Morey ¿te has despertado mojado también hoy?


Y ahora las viñetas se llenan de risas del público. Planos generales, primeros planos, planos medios, contrapicados. Grandes risas, carcajadas, un niño en medio del enorme escenario, avergonzado, lágrimas que quieren brotar pero que, en un esfuerzo sobrehumano para el niño, se contienen. El niño —Morey transformándose ya por el odio, sufriendo poco a poco la mutación en supervillano— sale corriendo del escenario, del auditorio, del colegio, cegado por la rabia y las lágrimas que por fin fluyen también libres. Corre hacia su casa (lo sabemos porque aparece escrito en el cuadrito de la parte superior de las viñetas), una vivienda humilde, en las afueras, cerca de la depuradora y del vertedero de aguas tóxicas. Pero esta vez no llega a casa. Aturdido por la vergüenza, tropieza, cae en el río de aguas tóxicas e iridiscentes y sufre su bautismo accidental de metales pesados y radiactividad y residuos ácidos.


En las siguientes viñetas vemos a Supermaño salir del colegio, rodeado de compañeros que todavía aplauden y ríen su ocurrencia. Ahora es más popular. El más popular. Solo le ha costado enemistarse con un compañero pero, bueno, Morey siempre ha sido un poco ñoño, un tipo sin gracia, un pringao. Alguien prescindible. Y un plasta, menuda canción había escogido el tío.


Pero ahora una sombra emerge de las aguas. Un ser informe, la piel cayendo como derretida de su cara, de sus manos. El pelo despeñándose en mechones quemados, muertos. Los ojos tapados por un amasijo de carne bullosa y blanda. Camina gimiendo por la orilla, hacia donde la ciudad acaba. Ya no puede volver a casa. Ya es un monstruo. De un vertedero recoge algunos trapos que le ayuden a contener toda esa carne que se le escapa de los huesos. Se envuelve. La mutación se ha completado. Ahora Morey es ya La Momia y Supermaño ya tiene su antagonista, su razón de ser: el Mal, el Terror.


Familia: Tebeo. Género: Sueño. Especie: Pesadilla.


Los superhéroes, al contrario que muchos humanos y la mayoría de los malos escritores, separan bien sueño de realidad. Los superhéroes sueñan en formato de cómic, con viñetas. Así que, al final de nuestra historia, sí, era eso, disculpen, Supermaño despierta. Ahora todo es realidad y 3D y movimiento continuo. Ya no hay cuadritos que enmarquen la acción. Ya no más ¡POW! ni ¡AAAAARGH! ni ¡BANG!. Afuera amanece. Llueve. La televisión de su dormitorio todavía está encendida. Es la Teletienda, venden un exprimidor de fruta que tiene muy buena pinta, mucho mejor aspecto que el de los propios vendedores, que parecen sacados de una tienda de taxidermia humana. Recuerda haberse quedado dormido con el DVD que les pasó el Maestro Noh para la práctica de la Resistencia Infinita al Desánimo (RID), tercer módulo. Contenía las últimas cuarenta, ¿o eran cincuenta? participaciones de España en Eurovisión. Una detrás de otra, sin piedad. Desde la cama coge el mando a distancia y selecciona el capítulo 1972. Descubre el germen de la pesadilla: Jaime Morey. El Mal. El Terror. La Momia. Experimenta, ahora realmente, la misma angustia que en el sueño y una extraña culpa difusa, arcaica, primordial. Quizá no era un sueño. Tal vez era un recuerdo. Sí, reconoce, siempre odió Eurovisión, siempre odió a ese tipo. Un plasta, definitivamente. Hay que profundizar más en el desapego, en el Zen.


Pero sabe que algunas cosas son más fuertes que él. Jaime Morey es, definitivamente, muy fuerte. El más fuerte. Un auténtico e invencible supervillano, el lado oscuro armado de una potente SuperEuroVisión.


Supermaño decide dejarse RID-tercer módulo para septiembre. El Mal Absoluto se le antoja insoportable, inmanejable.


Amanece.





domingo, 6 de diciembre de 2009

FEDERAL BUREAU OF INVESTIGATION


Ron era un diablo para los detalles. Siempre lo había sido. Era un niño de mirada despierta, callado, quedo, tímido. Tenía el pelo negro azabache. Se lo cortaban al gusto de su madre. De él no salía una palabra. A esa pregunta que los peluqueros siempre hacen y a la que el abuelo de Bryce Echenique contestaba, invariablemente: "En silencio", Ron contestaba, también invariablemente, con un encogerse de hombros, debajo de la sábana. 
Mientras tanto, por dentro, registraba que al peluquero no le debía ir bien por casa. La camisa, arrugada, sin planchar, le informaba. El llavero del coche, que le sobresalía del bolsillo (antes de modo ostensible, como ostentoso) tampoco era el mismo. Le parecía que aquel hombre había vuelto a beber. Bajo el aroma de un elixir bucal, le intuía un olor dulzón, como a un licor de colores que a veces había visto en la sobremesa de los mayores, un orujo de hierbas. El pulso no era el mismo. El nivel de temor que sentía cuando rondaba su oreja había vuelto a ser alto. El barbero conservaba la alianza. La esperanza, pensaba Ron. Eso que dicen que es lo último que se pierde. Ron no estaba muy seguro de eso. Había gente a la que había visto no perder nunca la esperanza, como a su abuelo Luis, que murió soñando que el Atleti ganaría la Champions, convencido de ello. Otras personas parecían haber perdido la esperanza antes que otras cosas. Ron pensaba que al menos su barbero seguía la secuencia clásica. Había perdido el Mercedes antes que la esperanza. Ron pensaba que era mucho mejor perder un Mercedes que la esperanza, desde luego. 
Se levantó del sillón. Las revistas de la mesa de espera estaban un poco pasadas de fecha. Los Sugus, algo duros. Deseó ver un gesto de complicidad entre el barbero y la chica de la caja, la que les cobraba. Pero no lo vio. Bueno, pensó Ron, seguiremos atentos.
En el colegio, de igual manera, Ron llevaba todo registrado. Cada movimiento de los profesores, de sus compañeros, de los padres. Cada cambio en el edificio. Incluso cada cambio en la dinámica de los grupos. En sus fantasías diurnas, mientras soñaba despierto, Ron se imaginaba como un agente del FBI. Pondría todo ese don suyo al servicio de los demás. Compartiría ese radar con sus congéneres. Le pagarían, sí, pero no mucho. Lo suficiente para pagar una ronda en el bar algún día al salir del trabajo, con el resto de compañeros agentes.
Ron anotaba todo mentalmente. Nunca en papel. Nada de notas. Le daba vergüenza que su madre, que todo lo registraba sin percatarse de las pequeñas trampas que Ron le dejaba, se las encontrase y se lo contase a sus amigas, o a todo el barrio. Ron, secretamente, encaminaba sus pasos hacia ese sueño. FBI. Los había visto en la tele, en las películas. Camisa blanca, gafas de pasta negra Ray Ban, gesto adusto, inescrutable. La mirada discreta pero profunda, receptiva pero reservada. Los ademanes suaves, precisos, pero no robóticos ni amanerados. La americana, azul, doblada sobre el brazo, con el forro hacia fuera. Las chicas, lejos. Bien que le molestaba esto, porque le encantaban, sobre todo Elizabeth, pero era demasiado peligroso. Se lo había oído decir a Michael Corleone a Andy García en El Padrino III, cuando le ordena que ha de abandonar a Sofía Coppola: "Es demasiado peligroso". Y luego, sentencioso pero preciso, demoledoramente convincente: "Siempre van a por lo que más quieres". Ron aprendía mucho de la gente del otro lado. Pensaba, ¿cómo se puede combatir a una gente, capturar a una gente si no se sabe cómo piensan, cómo funcionan?
Hoy Ron ha causado una masacre en su Instituto de Dallas, Texas. 16 personas. Una semiautomática. Fuera.
Lo tenía todo pensado. Tenía un don y un objetivo claro. Aquello iba a ser bueno para todos. Pero se lo comió el fracaso escolar. Nunca entendió frases como: "El desarrollo industrial sostenible depende de la planificación primaria, los recursos terciarios y el plan integral".
Los de las frases raras nunca lo entendieron a él. Necesitaba un 8. Le dieron un 4. Murieron 16.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Supermaño Survivor (III): Sobrevivir al Apocalypse (Now).


Los compañeros han salido todos corriendo (o volando o desmolecularizándose) después del recreo. La Academia Noh se ha quedado casi vacía. Sólo Supermaño permanece, hierático, junto a la fuente. El agua le transmite paz mientras mastica su bocadillo de alcahofas en conserva y plátano (entre las virtudes de su madre no está hacer buenos almuerzos; él cree fervientemente que lo que no te mata te puede hacer la vida, sin embargo, muy desagradable). Los demás probablemente han acudido veloces a resolver una multitud de catástrofes de variado pelaje: secuestros, incendios, derrumbes, huelgas de hambre, violencia de género, descargas ilegales P2P.


Todas las catástrofes son distintas y, sin embargo, son siempre la misma, la única.


Porque todas las catástrofes se resumen en una: el horror de convertirse en el monstruo contra el que uno antes luchaba. El horror. Como el coronel Kurtz en aquella película con música de Wagner y The Doors y tantas —todas aquellas— sombras. Sus compañeros seguramente ignoran que cada vez que acuden a una nueva lucha, a la llamada de otro malvado supervillano, a socorrer a otra víctima indefensa, en realidad solo avanzan un poco más en el río, llegan un poco más arriba, se internan un poco más en la selva. Hacia la Camboya profunda. Se acercan al monstruo que serán ellos mismos, si es que realmente desean matar, destruir, combatir.


Supermaño se ha puesto el abrigo. En el patio ya hace frío si permaneces de pie, paseando, pensando. Siempre hace frío cuando no se juega. El cielo tiene esa luz clara y precisa del final del otoño, aunque, objetivamente, están mucho más al sur que los cielos perfectos de los cuadros de Velázquez.


Las nubes le recuerdan aquella excursión al planeta Urtain: el viaje de estudios del año pasado, las Nubes de Magallanes.


Los urtainitas eran gente seria, además de muy bajitos. Lo primero era cosa suya, genética o memética, quién sabe. Lo segundo se debía a la gravedad proporcionada por la alta densidad de su planeta: un planeta perfectamente esférico, pero tan macizo, espeso y pesado como el olor del napalm, por la mañana.


El problema es que los urtainitas no entendían la ficción, eran incapaces. No imaginaban historias, nunca inventaban nada. Cuando contaban algo siempre se trataba de cosas cuyas circunstancias conocían con certeza. Recuerdos fiables, incontestables, sin espacios para la mitología, atestados de convicciones. Con el tiempo y la desmemoria, según iban olvidando detalles, los recuerdos de los urtainitas se convertían en sucesos sencillos, veraces, pero ya apenas apuntes desnudos de lo que ¿realmente? había sucedido.


Una frase típica de un urtainita adulto, a propósito de su infancia, podría ser «Recuerdo mi bicicleta de neodimio con sus ballestas antigravitatorias Zenon cinco-cero». O, respecto a algo sucedido más recentemente: «Ayer mi madre cocinó unos demi-elfos con hongos de Umbría; la proporción de cloruro no fue adecuada: papá masticaba lento, pero menos que el tío Vernon y más que Hermana-3».


De alguna forma sus conversaciones eran inquietantes. Siempre faltaba esa parte de las anécdotas que los humanos inventamos, exageramos o matizamos precisamente para humanizarlas. Sus elipsis eran el producto notable de un deseo de rigor, pero acababan por provocar un cierto —un indudable— desasosiego. Sí, como en esa película, como el coronel Kurtz, contando aquella anécdota de las vacunas: un relato lleno de espacios vacíos pero a la vez exacto y demoledor. Quizá Kurtz era un urtainita en medio de Camboya. En cualquier caso, para Supermaño, al contrario que para el lacónico capitán Willard, certificar la humanidad de Kurtz hubiera sido sencillo: los urtainitas no podían hacer bromas, eran incapaces de contar una sola anécdota divertida. Porque el humor siempre requiere de unas ciertas dosis de ficción. Los urtainitas eran gente exacta, pero también muy seria. Muy triste.


Como ese tipo, Kurtz. Aunque Willard sólo debería haberle dicho: «Coronel, cuénteme un chiste». Esto le hubiera facilitado aún más la decisión de eliminar al monstruo. De suplantarle, definitivamente.


Acabados el bocadillo y las reflexiones cinematográficas, Supermaño decidió ir a la biblioteca de la Academia. Allí la temperatura siempre era perfecta. Como si el papel de los libros absorbiera el calor o el frío excedente en la dosis adecuada para proporcionar un ambiente amable. Se sentó frente a la fotografía 3D del universo que el profesor Noh insistía en que aprendieran como la tabla periódica, como las operaciones con polinomios o las conjugaciones de los verbos irregulares: de memoria «porque la memoria es lo único que garantiza la supervivencia». Supermaño pensó que aprenderse el azaroso universo de memoria era, en cierto modo, deshumanizarse, convertirse en un urtainita, fracasar. Metió la mano en el bolsillo del abrigo para sacar el iPod, oír música, relajarse mientras sus compañeros probablemente perdían el tiempo y/o la vida buscando la mejor estrategia para evitar (otra vez) armas radiactivas o localizar el típico detonador con números digitales en rítmico descuento (de nuevo). El Mal es siempre muy poco imaginativo.


Como siempre, los cables de los auriculares del iPod estaban enmarañados, formando un nudo difícil de explicar si se tenía en cuenta que la única fuerza que, cada vez y sistemáticamente, reproduce el nudo en el bolsillo es el azar. El puro —pero nunca simple— azar. Supermaño pensó que al azar hay que respetarlo, venerarlo, admirarlo. Así que no deshizo el nudo. Lo observó de cerca. En realidad eran muchos nudos superpuestos: se podía distinguir, al menos, un ballestrinque, un seis, un buque, un as de guía y un rizo alpino. El azar parecía querer entretenerse, como un duende aburrido.


No deshizo el nudo. Cogió los pequeños auriculares y cerró el puño sobre ellos, abrazándolos. Conectó el iPod y el suave cosquilleo de las vibraciones de un sonido inaudible recorrió su mano.


Le costó quizá un minuto darse cuenta, pero Supermaño sonríó cuando descubrió, acunado en su mano derecha, el tacto pulsátil y enérgico de el The End de The Doors.


Como un corazón latiendo al pulso del LSD.


Como el tacto del azar.





domingo, 29 de noviembre de 2009

Supermaño Survivor (II): El Maestro Noh.



La Academia de Superhéroes no es negocio. El Maestro Noh tampoco pretendía hacerse rico pero, si la cosa continúa así, se impone una restricción de contenidos, ahorro, superausteridad. Desde luego, nada de pizarra electrónica este año. Si quieren ordenadores, que se traigan el de su casa. Y, además, es un no-negocio muy complejo: conocimientos de difícil transmisión, pedagogía poco sistematizada y, sobre todo, están los padres. Siempre ahí, vigilantes: los padres de los alumnos.


Noh echa de nuevo un vistazo a la Programación General Anual (PGA) de actividades. Hay que ver cómo se pusieron los padres de los superhéroes con lo de las excursiones previstas para este año. Pero no van a ir siempre a Venus, por mucho que a los chicos les gusten las playas de arena sulfúrica y los mares de helio. En Venus hace mucho calor, demasiado. Intolerable para Noh. Porque el Maestro tiene sus problemas. Como todos los de su estirpe, desde luego: para ser maestro de superhéroes hay que tener taras, defectos, limitaciones, secuelas de un pasado heroico, cicatrices que alimenten el mito, frustraciones que, una vez perfectamente sublimadas, se proyectarán en los superaprendices, los supercachorros. En general, según el patrón estándar, queda muy bien que los maestros sean ciegos o usen silla de ruedas o algún mecanismo protésico más sofisticado: manos mecánicas, ojos cibernéticos, caderas de titanio (esta es más común) o hipófisis de gominola… El problema de Noh es, por supuesto, único en su especie (no hay dos maestros iguales, no hay dos mitologías idénticas): Noh es incapaz de transpirar. Noh no suda. Nada. Nunca. Ni una gota.


Es por eso por lo que, por primera vez en diez años, no aparece la excursión a Venus en la PGA. Él prefiere los frescos atardeceres de Júpiter o, incluso, de alguna de sus lunas. Todo menos ir de nuevo a la playa de Helio, con todos esos descerebrados de sus superalumnos yendo de un lado para otro, sin control, peleando junto a las rocas, jugando al voley con la cabeza de La Masa o haciéndose ahogadillas como si fueran de preescolar. Hace dos años Titanwoman casi se asfixia en un cráter-jacuzzi que resultó ser la fumarola de un volcán de mercurio parcialmente latente. Desde entonces los compañeros la conocen como “La Mujer Termómetro”, pero los padres no acaban de comprender que la niña oscile de color (metálico) con la temperatura ambiente.


No, Venus no. De ninguna manera.


Pero los padres no entienden nada. Siempre están a la defensiva y, a la vez, exigiendo que sus hijos lleguen más alto, tengan más capacidad, brillen más que el del pupitre de al lado. Al principio, claro, les encanta que sus hijos sean “especiales”, que tengan poderes paranormales, que manejen armas láser o hagan viajes interestelares. Pero pasan los años, los niños crecen… y todo sigue igual. El Mal nunca desaparece, siempre hay algún Mega-Imbécil vendiendo bombas nucleares a países con líderes iluminados, contaminaciones masivas de mares y selvas o manejos artificiales de la economía de algún pequeño país para provocar la enésima hambruna, otra guerra, más crimen. Así que los superhéroes, en realidad, faltan muchos días a clase, atareados con las catástrofes del día a día. Son incapaces de progresar adecuadamente. Entretenidos por la realidad (una realidad monótonamente catastrófica) son incapaces de progresar en la teoría, en el análisis, las mínimas reglas. La mayoría son incapaces de comunicarse por telepatía sin faltas de ortografía. Un desastre. Bueno, todos excepto Supermaño Survivor, ese extraño tipo de Zaragoza, el de los calzoncillos vulgares y apretados, que parece que nunca tenga que acudir a ningún lugar lo suficientemente rápido, que ignora la llamada siempre angustiosa y urgente de la realidad, que permanece continuamente abstraído, ensismismado. Un adalid de la inacción, un prodigio del estatismo, el chaval.


Así que el Maestro Noh decidió hace ya tiempo adiestrar a Supermaño en las virtudes del Zen, convertir al aparentemente lento, probablemente despistado y seguramente sin futuro joven en un superhéroe con unas mínimas aptitudes. Hacer de su debilidad, virtud; de la impotencia (mental), superpoder.


Porque no pensar no debería ser un problema, y menos para un superhéroe, desde luego. No transpirar, piensa Noh, en cambio, sí lo es: el calor se acumula, el cerebro se recalienta, la orina hierve en la pelvis renal y en la vejiga. Mal asunto. Y no se puede intentar perder calor sacando la lengua e hiperventilando como los perros. No estaría bien visto. Los superhéroes pueden ser muy raros (pensemos en Spiderman, sin ir más lejos, con toda esa sustancia pegajosa derramándose por las manos continuamente, como un adolescente crónico), pero tienen su ortodoxia. Así que la única solución para Noh es recocerse, escaldarse, convertirse en un profesor estofado. La gente cree que es una de sus armas, como Johnny Storm, el hombre-antorcha de los 4 fantásticos, ese cuya foto (quemada, claro) cuelga en el Aula de Apoyo. Para nada es un arma: es un problema siempre candente y sin solución. Sin embargo, para Supermaño todavía existe una posibilidad pedagógica: seguir profundizando en la estulticia y en la inacción hasta que los conceptos, la razón, el pensamiento analítico, toda esa mierda inservible, quede erradicada y surja la prajna, la sabiduría intuitiva, la iluminación definitiva: Supermaño Supersatori.


Aunque cuando Noh recuerda la cara de Supermaño en el seminario de “Comunicación Subsónica” cae nuevamente en la melancolía y el desaliento y siente que su frente, si no estuviera recubierta de esa piel defectuosa y siempre seca, probablemente sudaría. Tal vez incluso tinta. Como un suiboku.



Como dijo Soyen Shaku, reflexiona Noh, “mi corazón arde como el fuego pero mis ojos están tan frios como cenizas muertas”, así que ya se pueden poner los padres como quieran, pero no vamos a Venus ni de coña. Esta PGA va a misa.

Pura prajna, Faltaría más.


[continuará...]

martes, 24 de noviembre de 2009

Supermaño Survivor (I): Sobrevivir al zen (tido común).


Supermaño Survivor se ajusta sus Superzillos como cada mañana: con dificultad. Los Superzillos de Supermaño son, por supuesto, del Carrefour. Supermaño ignora que “Carrefour” quiere decir, en francés, “encrucijada”. Y, aunque nadie querría tener una encrucijada en sus calzoncillos, Supermaño ignora ésa y muchas cosas más. No importa, pocos superhéroes hablan francés y ninguno es sensible a las metáforas.

Supermaño lee la prensa, durante el desayuno. Le cuesta identificar algún problema concreto donde emplear hoy sus superpoderes. La tarea es ingente y la vida (incluso la del Superhéroe que ignora a Hipócrates) breve. ¿Clasificarlos por temas? No, mejor por orden alfabético: Terremotos, tifones, tragedias, tsunamis… Nada que le motive, nada suficientemente heroico: hoy solo le inspiran los anuncios por palabras de señoritas que ofrecen masajes y, paradójicamente, pocas palabras.

Pero aún no hemos hablado de los Superpoderes de Supermaño Survivor. Ni de su Origen. Explicar el Origen de un superhéroe es siempre un asunto necesario. El Origen de un superhéroe no suele ser congénito. Hay pocos superhéroes de nacimiento. Lo suyo (pronto abordaremos qué es “lo suyo”), como lo de tantos otros, es fundamentalmente adquirido, sobrevenido, epifánico. El Origen explica al superhéroe, lo justifica. El Origen es lo que lo redime de su insólita violencia, lo que le da su especificidad, su estigma. Lo que justifica, también, la Oscuridad (la Oscuridad siempre acompaña, de algún modo, al Superhéroe). Pero el Origen de los superhéroes no se suele explicar en el primer capítulo. Y Supermaño Survivor es un superhéroe ortodoxo, así que no hablaremos, hoy, de sus orígenes. Será en otro momento, lo siento.

Hoy hablaremos de superpoderes, de superestilos, de superdefiniciones: Supermaño Survivor es un superhéroe Zen.

Supermaño Survivor se dedica básicamente a la meditación en posición de Superloto siempre que las condiciones son favorables: Supermaño cruza en doble lazo una pierna sobre la otra, de forma que su pie derecho acaba saliendo, de nuevo, por la derecha y el izquierdo, otra vez, por la izquierda. Cualquiera podría decir que Supermaño Survivor se ha hecho un lío, que tiene un nudo entre las piernas (de ahí el Superzillo de Carrefour/Encrucijada).¿Es un lío? ¿Es un nudo? No, es la posición de Superloto, es Supermaño Survivor.

El principal superpoder de Supermaño Survivor es, por tanto, la meditación, el silencio, el desapego. No confundir con lo que una mirada superficial a la actividad favorita de nuestro Superhéroe podría llevarnos, erróneamente: tendencia al sueño, cierto grado de estulticia o simple vagancia. Tampoco, literalmente, con introspección. Supermaño Survivor no se busca a sí mismo: no encontraría apenas nada. Supemaño, cada mañana, tras leer el periódico lleno de malas noticias y no encontrar misión (nunca la encuentra), simplemente, medita.

Hoy Supermaño, en la meditación matutina, se entrega a desentrañar un nuevo koan: su Maestro Superzen se lo dejó caer, ayer, con el boletín de las notas del último trimestre. Supermaño, por cierto, está muy descontento con el Insuficiente en Visión de Rayos X (tres créditos). El problema es que Supermaño ve a través de los objetos por Resonancia Magnética, no por Rayos X, y es, por tanto, más lento. No es justo: la Supervisión quedará acumulada para Septiembre, junto a “Primeros Superauxilios, tercera parte”. Entre supermaldiciones y alguna discreta lágrima verde como la kryptonita (supermetáfora para “legaña”), Supermaño lee de nuevo el koan, al pie del boletín. El koan que el Maestro ha escrito justo después de “Debe mejorar la actitud con los supercompañeros” dice así:

“La Luna no puede ser robada”.

Extrañas coincidencias. Precisamente hoy Supermaño Survivor ha leído en la prensa que han encontrado agua en la Luna. Al lado, una noticia sobre la sequía de este otoño, ilustrada con la foto del Ayuntamiento de Murcia, donde se lee siempre lo mismo, como una pancarta-mantra: “Agua Para Todos”.

Supermaño medita. Se oye un cierto ruido alrededor de su cabeza. Es por la resonancia magnética: se le olvidó desconectarla. Supermaño deduce, clasifica, integra, verifica, descarta, computa y analiza. Finalmente (o quizá todo el rato) recuerda el último episodio de Los Soprano, con el que se durmió anoche.

Supermaño ve iluminarse (lo ve como en luces de neon, o quizá como escrito con espumillón dorado —¿qué le habrán puesto a los supercereales del desayuno?—) la respuesta al koan:

—“¿Quién lo dice, capullo?”

Supermaño Survivor: poder de supervivencia Zen.

(continuará…)

viernes, 20 de noviembre de 2009

Cosas (supuestamente) divertidas (X y fin): Volar


Dirigido perfectamente por ultrasonidos.


Imagina volar emitiendo un grito que solo tú oyes, registrando cada eco, cada cambio de frecuencia. Matices, tonos, las hojas de un árbol convertidas en arpegios, gotas de lluvia que empiezan a caer como semicorcheas.


Imagina volar cuando la velocidad es, en realidad, música: volar guiado por una melodía, una canción que cada noche será diferente.


Sí, los murciélagos ocupamos un lugar aparte, un nicho propio, exclusivo en la escala animal: los únicos mamíferos voladores.


Las aves nos envidian: la mayoría duermen, ateridas por el frío de la noche, mientras nosotros navegamos por el cielo oscuro y nuestros depredadores apenas pueden vernos. Salimos en el preciso instante en que los insectos son un festín, al atardecer. Ellos buscan sangre fresca —en realidad, son ellos los vampiros— y nos encuentran, hambrientos de su sangre de segunda mano. A nuestra espalda, los búhos y las lechuzas abren esos ojos llenos de noche y persiguen nuestra agilidad con su cuello de 360 torpes grados. A veces caemos en sus garras cuando nos despista un raro acorde al rebotar, un Fa tristemente menor que nos distrae o un Si bemol que no presagia nada bueno.


Pensáis que somos feos, muy feos. Los humanos tenéis esa especie de extraño racismo animal: os enamoráis del cachorro —incontinente— de un perro e inmediatamente después pisáis con extrema crueldad una inofensiva araña de jardín; enjauláis a canarios y jilgueros vagos que os entretienen con su canto subvencionado y exhibicionista y a nosotros ni siquiera nos intentáis oír. Sois incapaces.


Nos rehuís, nos insultáis con estúpidos calificativos. Nos suponemos muy desagradables para vosotros. No importa: no somos —del todo— ciegos, a pesar del nombre con que creéis conocernos: mus caecus. Podemos distinguir perfectamente nuestra belleza. Y vuestros torpes y terrestres movimientos. Vemos, demasiado alto, haciendo demasiado ruido, todas esas máquinas con las que creéis volar, aunque sabéis que, realmente, no lo hacéis.


Lo mejor de vuestro mundo sucede, como nosotros, por la noche: aparecen esos sueños llenos de anhelos de vuelos auténticos, de deseo y de impotencia. Salen de vuestras habitaciones, de vuestras casas, produciendo extraños sonidos al rebotar con las paredes.


Y nosotros tenemos este oído perfecto, capaz de descifrar vuestros sueños confusos, todos esos gritos desordenados.


Anoche tropecé con el eco del sueño de un niño que, sobre su cama , sobrevolaba la ciudad. Su cama soñada crujía al doblarse en los picados, cuando viraba entre los árboles de los parques. Asustaba a los cisnes, que le graznaban violentamente (los cisnes, siempre de tan mal humor ¿por qué os gustan tanto?).


Los sueños de los niños producen sonidos perfectamente audibles, si uno se fija lo suficiente. Reconstruyo, cuando vuelo, las formas que tienen esos ecos y, debo reconocerlo, a veces resultan originales, estimulantes. De niños parece que, realmente, podríais conseguirlo. Volar. O cualquier otra cosa.


De niños producís bellos sonidos, al soñar.


Sin embargo, cuando crecéis parecéis muy diferentes: los sueños de los humanos adultos generalmente están contaminados de ruido de fondo, de sonoros rencores. Siempre los oigo desafinados, discordantes. Resulta difícil darles forma, aparecen incompletos, llenos de sombras indescifrables, de vagas alusiones y siempre con ese sonido desagradable. Quizá signifique dolor. O aburrimiento. También oigo mucha nostalgia (tonos menores). En cualquier caso, mis expectativas sobre vuestra capacidad al crecer siempre quedan frustradas: vuestros sueños adultos son mucho menos interesantes. Si puedo evitarlos, no suelo volar entre ellos.


Así que esta noche saldré de nuevo, aún hace calor, esperaré unos días más antes de hibernar. Volaré primero en busca de mosquitos, polillas y frutas de otoño en los arbustos y, cuando esté satisfecho, planearé y me abatiré entre sueños infantiles y, con mi grito inaudible, borraré monstruos, daré color a los paisajes, destruiré sustos y espantos, alejaré pesadillas, mejoraré el perfil mal dibujado de un abuelo, ese que espera volver a ver, en el cielo, le dijo mamá, el cielo que yo reconstruiré, ágil y nervioso, buscando ecos perdidos, sonidos que permanecen tantos años rebotando entre las paredes de vuestras casas. Sonidos que, muchas veces, ya no tienen dueño.


Imagina volar entre esa magnífica música de los primeros sueños.


Y ahora sigue pensando que somos nosotros los feos, los raros.



Y que podrás, alguna vez, volar.



martes, 17 de noviembre de 2009

Cosas (supuestamente) divertidas (IX): Poesía


¿Sí?


Correcto. El micro capta señal.


Bien, ésta probablemente será la última grabación. Todo indica que he sido identificada por paramilitares de la Fundación. Imagino que me siguen desde hace meses. Y ahora están muy cerca: los puedo casi oír, agazapados en los silencios que suceden entre cada una de mis palabras.


OK, transmitiendo a servidor seguro. Ambas IPs camufladas y mutando en doble ciclo.


Comienzo:


Formulario B#56//CX-alfa. Código: Borges. Agente: Haidar (Avatar: Serena)


Hoy, 14 de noviembre de 2009, he completado la octava acción prevista en el ciclo de ataques neoterroristas contra los Muros de la Infamia (2ª oleada), operación autorizada en la reunión de la Célula Alfa del pasado enero con el Código “Borges”.


Camuflada de periodista estadounidense y con documentación alternativa de embajadora de paz de la ONU bajo el avatar Julianne Moore —[comentario] es cierto que me parezco un poco, pero es la primera vez que me tengo que teñir de pelirroja, así que a la vuelta: M. ¡te las verás conmigo! [cierro comentario]— conseguí acercarme a diversas áreas del terraplén vigilado por las tropas marroquíes y semiesconder con mi habitual pericia los fragmentos previstos (y autorizados) de los poemas, en este caso de Bahía Mahmud Awah, entre las alambradas y los postes de control de las zonas más vigiladas. Incluso me permití deslizar algunos versos en los bolsillos de las guerreras de algún centinela —[comentario] los cursos que organizasteis con los carteristas, además de divertidos han sido de lo más útiles [cierro comentario]— con el objeto de conseguir generar la máxima viralidad entre los soldados marroquíes.


La monitorización de la capacidad mémica de los fragmentos de los poemas que van siendo encontrados por los soldados mediante nuestros agentes infiltrados en los cuarteles ha otorgado la máxima infectividad a los siguientes versos “Me siguen llegando tus cartas de amor / que escribes/ desde Galb El Haulia / cartas en las que cuentas que la vida / se reanuda tras las pasadas lluvias” ex aequo con “Voy huyendo de los que no creen / en el día / que nacerá mañana”.


Espero que el análisis de los informes que envían muestros agentes sobre las primeras consecuencias os parezca positivo: se han detectado al menos tres deserciones entre los guardas y hemos captado dos nuevos colaboradores fiables para el tránsito ilegal (ilegal en perspectiva convencional, es decir, la suya) de saharauis a través del muro (o gaps como le gusta denominarles a K.). Y, sí, ya sé que son unos 120.000 soldados y que 5 es un número bastante pobre, en proporción. Pero aún no se han inventado los versos de desprogramación masiva.


Como nota al margen y a beneficio de futuras acciones, en mi visita he podido ver que prácticamente todo el entrenamiento con el que se adiestra a los soldados interpuestos entre Marruecos y los Campos Saharauis es visual (vídeosimulaciones, videojuegos de combate y realidad virtual) así como que no existe ningún tipo de política cultural activa desde el mando, por lo que es posible que, muy pronto, los soldados dejen, incluso, de leer y nuestras acciones escritas devengan en absolutamente inútiles (si es que no lo son ya, a pesar de nuestro inicial entusiasmo) [comentario] propongo aumentar recursos en el futuro para las inserciones subliminales en canciones, ya que muchos soldados parecen utilizar reproductores musicales individuales en sus horas de ocio [cerrar comentario].


Con esta acción, como sabéis, cierro el ciclo de los Grandes Muros (y son 3500 kilómetros de sabotaje solo para esta solitaria y exhausta agente) con el escaso éxito que ya todos preveíamos. Quizá lo de Berlín, en el 89, nos motivó excesivamente o tal vez sea solo falta de paciencia, pero no parece que vayamos a lograr que caigan muchos más muros de los que se erigen.


En el horizonte, como dijo J. en aquella otra reunión en París, se avista una multiplicación de repúblicas con patios traseros, de millones de personas atrapadas del otro lado, de campos vallados y poblaciones opulentas magníficamente estabuladas.


Aún llevo en el bolsillo aquel otro fragmento del poema de Mahmud Darwish escrito de mi propia mano y que no pude escamotear convenientemente en mi anterior misión en las escasas grietas del muro de Gaza: “He soñado que el corazón de la tierra era mayor / que su mapa / y más claro que sus espejos / y mi cadalso”. Yo soñé entonces —soñé despierta— que un solado israelí decoraba con esas palabras (que salían de un spray azul de acrílico) parte del muro y que sus propios mandos las bombardeaban, hartos de borrarlas un día tras otro y de que otra vez se reprodujeran, abriendo con sus obuses y sin querer (si eso fuera posible) esa enorme frontera: la que han levantado mucho más al sur de lo que llega su estupidez.


Por cierto, no sé nada de J. desde que acudió a su misión en Padua ¿De quién eran sus versos-arma? ¿De Pavese? ¿Puedo proponer unos? Allá van: “Saldremos una mañana, / ya no tendremos casa, / saldremos a la calle; / nos abandonará el disgusto nocturno; / temblaremos de soledad”. Bueno, ya sé que yo no soy la encargada de la selección de nuestro armamento, pero os agradecería mucho que las considerarais. Aunque, como siempre, es posible que no sirvan de mucho.


Bueno, ya cierro. Oigo ruidos por todas partes. Quizá sea mi imaginación o puede que estén ya forzando realmente la puerta de este piso franco. ¿Sabemos ya quién está detrás de la Fundación? Aunque no importa tanto: siempre habrá alguien que tema a los neo-viro-terroristas o, al menos, a nuestros fagopoemas.


Y ya sabéis, como dice MJ Alvarado, “no hay alto el fuego para los poetas”.


Corto.