He soñado
con una cafetería
de un pueblo encantador
donde Mario Benedetti
me servía un café.
A Don Mario se le veía
sin bigote
y muy bajito
(apenas levantaba del mostrador).
Ahora que lo pienso,
quizá fuera Albert Einstein
y yo lo sentía Benedetti
(los sueños tienen estas cosas).
Yo había llegado allí
como alumno,
a tomar un curso
de Poesía Simbolista (sic)
y, por lo visto, un café.
Debatíamos,
frente a la benéfica mirada
de Benedetti,
sobre un texto de Thomas Mann,
o quizá fuera de Goethe
(los sueños con alemanes
tienen estas cosas).
Al poco, paseábamos
por una ciudad lluviosa
y presenciábamos
la inauguración de un hotel
de decoración extraordinaria:
en la fachada,
por los balcones,
y dispersas por la plaza,
estatuas de bronce y óxido,
tótems, emblemas, figuras
de oscura factura,
de extraño significado.
Alguien, otro alumno,
me hizo observar
que el edificio era uno más
de la cadena “Dark Hotels” (sic)
–estética gótica, ya sabes, dijo,
(los sueños con poetas
tienen estas cosas).
Y yo, soñando, pensaba
que, puestos a soñar,
prefería la cafetería
con la mirada de Benedetti,
y con mi café,
pero los sueños tienen estas cosas,
se dejan soñar
pero no se dejan (sic)
escoger.
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