
Continuamente se ciernen tragedias de escalas impredecibles –y con una puesta en escena en difícil competencia con la tragedia previa– desde la pantalla del televisor, en nuestro salón tan Ikea, tan colonial, tan Luis XV o quizá zen, un verdadero washitsu feng shui (aunque uno es concepto japonés y el otro chino, pero a nosotros no nos importa ¿verdad?). Mientras almorzamos, descansamos, o simplemente nos desparramamos frente al televisor, la sangre llena los píxeles RGB del plasma tan plano que acabamos tal vez de comprar y estropea con su reflejo nuestro sofá minimal –menos mal que es completamente desenfundable– fabricado en ¿indonesia?

La realidad, por supuesto, significa nuestra realidad, es decir, lo que ocurre de puertas del salón, tan mono y feng shui, hacia dentro. De esta forma se supone que entendemos todos que la violencia, su caos y su valor en términos de dolor añadido, es propio de “otra realidad”, algo, por tanto, más cercano a la ficción que al reportaje. Sorprende esta forma de verlo en un país, esta España, donde la violencia no nos es, para nada, ajena y el terrorismo ha sido una constante en

Sin embargo, basta haber visitado alguno de los lugares afectados, puede ser Yugoslavia en los 90 o Atocha hace mucho menos para comprobar cómo el terror y la violencia humana pueden afectar a las comunidades más similares a las nuestras: ahí al lado, aquí mismo, junto al kiosco donde compras el periódico del domingo con el semanal, ese símbolo de civilización frente a la barbarie, al pie de ese kiosco de Atocha, junto al Imaginarium donde le compras una peonza luminosa a tu hijo, murió un tipo exactamente como tú, tan único, tan aficionado al fútbol, tan padre de familia… tan prescindible. Basta darse cuenta, gracias a tu pantalla plana de alta definición, en el salón donde te tomas la Mahou esa tan fresquita, fíjate, que los tipos de las camillas en Afganistán o Irak, los afectados por el terremoto o el corrimiento de barro en algún

Violencia de seudo-ficción (allí, del otro lado del plasma), tragediasTM mezclada con indolencia y perplejidad (aquí, de este lado del plasma). Mala cosa, mala mezcla para alimentar nuestras sobremesas. Habrá que repasar a Susan Sontag.
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