miércoles, 30 de septiembre de 2009

MORBO FRANCES




Espiras regulares y apretadas. Extremidades afiladas. En el microscopio de campo oscuro, el movimiento parecía el característico: rotación sobre su eje, flexión, traslación. Y eso que la úlcera no resultaba muy sospechosa, apenas un pequeño rasguño en la comisura de sus labios perfectos. Cualquier otro habría pensado en una bocera, una rágade, algo sin importancia. Pero no él. Cuando le tomó la muestra, Cristina le acusó de pusilánime. «Siempre estás en lo peor», dijo. Su mujer tenía suerte: él era un buen médico además de un buen marido. Aunque se hubiera dedicado al laboratorio, a la microbiología. ¿Qué podía hacer si nunca le gustaron demasiado los pacientes, las consultas? Tampoco las personas, no, tampoco.

La microscopía electrónica era definitiva: tres flagelos. Treponema pallidum. Así que lo de Cristina, finalmente, era un chancro. Sífilis. Por tanto, un amante. O más de uno. Las personas no, tampoco. Pensó en llamarla. No, mejor volvería a casa. Le llevaría penicilina, algo tan simple. La curaría. Y nada de hablarle sobre la certeza del adulterio, del sexo oral (¡oral!): eso es, penicilina, sencillo.

Y después declararía que no, que él no sabía que era alérgica, qué iba a saber.

1 comentario:

Pepa González dijo...

ES QUE NO HAY POR AHÍ UN CINEASTA INDEPENDIENTE QUE HAGA UN CORTO CON ESTE PERVERSO Y SIBILINO MICROBIÓLOGO??.