viernes, 18 de junio de 2010

POP-FICTION (III): Galaxia Moondog





— Base llamando a Keith, base llamando a Keith ¿Me copias?
— Yo no he copiado a nadie en mi vida, base. Yo soy el original. El único. El genuino. Pero te oigo perfectamente. Y llámame Sir Richards
— OK, Sir Richards. Recibido. ¿Has detectado movimiento?
— El scanner de proa detecta actividad enemiga. Los pavos de Nosinmiaudi atacan con su blandipop de mierda. De nuevo. Son incansables.
— Dele duro, Sir Richards.
— Sin piedad. Por cierto ¿Ha llegado ya Mick? No me vendrían nada mal sus morritos para distraer a las naves enemigas.


Keith —Sir Richards— se movía rápido entre los asteroides del tercer cinturón de la estación orbital Les Paul. Su nave patrulla —una clásica Tumbling Dice con reactor de Itrio modulado— vigilaba las incursiones de músicos advenedizos, indies renegados y cuatreros de estribillos en la Galaxia Moondog. El trabajo era incesante. Continuas amenazas se cernían sobre la Galaxia. Los Guardianes de Wentworth, como les gustaba que los llamaran, constituían la primera y más eficaz de las líneas de defensa. La Quintaesencia del rock estaba —ha estado siempre— amenazada. Nadie podría invadirla sin pagar caro su atrevimiento.

Keith sabía lo que hacía. No le hacían falta los informes de Los Grandes Críticos que quemaban sus grises días en la estación Beta, adormilados frente a las pantallas, tras sus gafas de pasta —pasta negra como la baquelita de los primeros discos analógicos, siglo XX—, analizando (o diseñando) la nueva subetiqueta con la que clasificar a esos grupos que entraban subrepticiamente en Galaxia Moondog. Keith (y Mick y Charlie y Ron) tenían la intuición necesaria, como a ellos les gustaba decir, tenían simpatía por el diablo, sabían donde estaba el rock, qué es —exactamente— el rock. Tras años de batallas habían prácticamente derrotado las hordas del folk-rock (hasta Dylan se dedicaba a hacer discos de canciones de Navidad), las brigadas del blues-rock, destacamentos de jazz-rock, de latin-rock, de glam, las divisiones acorazadas del heavy, el rock progresivo, punk, grunge, new wave, alternativo, britpop… las múltiples razas mutantes, degeneradas y proteicas derivadas del Gran Padre Blues.

Pero hoy Keith lo veía todo pintado de negro. Y no era por el espacio vacío, el eterno vacío, la materia oscura. No, no era eso: Keith adoraba la materia oscura. Desde hacía años había intentado escribir una canción donde saliera la expresión “p = ωρ, donde p es presión y ρ densidad”. Podría tener la base de aquel Wee Wee Hours.

Quintaesencia. Éter. Fuego, Agua, Tierra, Aire… y rock.

Keith tebía un presentimiento. Algo que le decía que la Quintaesencia se desvanecía, se difuminaba. Pero los guerreros no tienen tiempo para dudar. Lo primero, primero: y lo primero era darles una buena tunda a esos indie-blandengues. Los Nosinmiaudi había irrumpido en Moondog saltándose, una vez más, todas las barreras. Con el atrevimiento de los novatos, con la falta de tacto de los que lo ignoran todo. Ellos no tenían background, tradición. No tenían nada, ninguna buena historia que contar. No había ninguna verdad —y eso en rock se traduce por necesidad de supervivencia— detrás. Nada parecido a Keith, cuya familia, y él mismo, habían huido de Londres al caer en su casa una V2 alemana. Eso te da resistencia. Eso es rock. Una Guerra Mundial es rock. Y eso fue sólo el principio. Mucha historia. Keith incluso había discutido una vez con Chuck Berry por un par de notas en Oh Carol, así que los Nosinmiaudi no iban a pasar tan fácilmente por allí. A la Galaxia no se ingresaba con tres acordes —puede que fueran dos— desmayados y mirándose a las zapatillas mientras se ¿canta? una letra insulsa sobre que te arrepientes de haberte comido un Donette la misma —pero la misma, misma ¿qué te parece?— mañana en que ella te rechazó en facebook después de haberte agregado. ¡Por Dios bendito! Merecían un buen láser doble loop de alta frecuencia por su culo de indies.

—El problema es el sonido, tíos. Es ese puto sonido. ¿Quién inventó esa mierda? ¡Base! ¿Me oís?
—No sé, Keith, digo Sir Richards. Es posible que no lo inventara nadie. Simplemente es fácil. Ya sabes: cuatro por cuatro, do, sol, la menor y así…
—¿Hasta la extenuación?
—Hasta el infinito y más allá
—¿Y la pinta?
—Actitud, Keith, le llaman actitud.
—Que les den por donde más duele con la Telecaster. ¿Esta gente ha oído alguna vez Cocaine-blues, versión Su Majestad, o sea yo mismo?
—No Keith, digo, Su Majestad. Fijo que no.


Keith no esperó. Programó su Tumbling Dice para dirigirse hacia el sector donde los Nosinmiaudi seguían programando su caja de ritmos y bebiendo Fantas. Los reactores aumentaron la frecuencia de su rumor hasta instalarse en un interesante fa sostenido menor. Giró el potenciómetro y subió el instalador de precarga hasta el doble del límite legal. Seleccionó Brown Sugar. Con eso bastaría para ahuyentarlos de allí. Igual les daba por apuntarse a un curso de guitarra. La Bamba y todo eso primero. Sí, Brown Sugar sería suficiente. Si les disparaba Casino Boggie igual les daba un ataque de asma.

—No te acerques tanto Keith. Tienen sus armas. Desconfía.
—Y una mierda.


Notó como la expresión de su cara cambiaba. Los Nosinmiaudi se habían refugiado en el Megapuerto exterior de la estación. Disparaban una extraña melodía. Una versión —perdón, un cover— de algo que sonaba como el bobo de Lou Reed mezclado con vapor de algas. Disparaban con un Marshall de diez pomonios capaz de atravesar el vacío y el blindaje de su Tumblig Dice y hacer que Brown Sugar pareciera una canción infantil. En su nave penetró el mantra: Thinkin' of blue thunder/ Singin' to myself/ Thinkin' how fast it moves / Feelin how it turns/ I was singin' somethin…

—Keith. ¿Keith? ¿Estás ahí?
—Sí, base. Sigo aguí.
—¿Has podido con ellos?
—Sí. Por supuesto. Por un momento…
—¿Eran buenos?
—No sabría decirte. Eran…
—¿Hipnóticos?
—Algo así. Habrá que estar alerta. ¡Putos indies!
—Sí, Keith, sí.
—Nada de Keith para ti: ¡Sir Richard! ¡Joder! ¿Lo pillas, base? Es fácil.
—OK. Te copio, Sir Richard. Cambio y corto.

Keith se metió un tiro de polvo azul de la bolsita que sacó de la guantera. La Tumbling Dice había sufrido algunos desperfectos pero los sistemas principales parecían intactos. Y la bolsita también. Programó el regreso. Quizá era la edad, aunque ya le había ocurrido otras veces. Había dudado. Sólo eran tres tipos. Guitarra, bajo y batería. Y una buena idea. Y ganas, claro, entusiasmo amateur. Sí, quizá eso suficiente. Quizá eso es rock. Sólo eso. Quizá Lou tenía razón. Pero, de momento, los había mandado de un solo disparo —tuvo que emplearse a fondo con una dosis completa de Jumpin’ Jack Flash, ¡en directo!— a los confines.

A la Galaxia 500. O más allá.

¿Dónde se habría metido Mick? Nunca está cuando lo necesitas.

Torn and frayed. Eso bastaría para el regreso.




1 comentario:

Abel Jaime Novoa Jurado dijo...

Genial!! ¡qué cómipop!. Me recuerda a los fanzines de los 80 en los que peleaban Ramones contra Devo... solo que los Ramones nunca dudaban..
Sir Richards, en esta su penúltima aventura, tras hacer de padre de Jack Sparrow en una producción Disney, parece invadido por la nostalgia, probablemente orgánica, secundaria al TCE post caida de cocotero y haber esnifado las cenizas de su padre (Ahora que caigo.. Richards no se había cabreado con Jagger por aceptar el título de Sir?)( http://www.radioactiva.com/nota.aspx?id=140141)¡Qué panda!