El lugar donde decir todo lo que no nos cabe en las canciones. Quizá no sea mucho.
sábado, 20 de noviembre de 2010
lunes, 15 de noviembre de 2010
ELLOS vs EL SILENCIO SEPULCRAL

Tengo un sueño frágil que se deshace con el más mínimo sonido. Así es que, en esta nueva casa que prometía el espacio y la comodidad que nuestra familia por fin se pudo permitir después de tantos años ahorrando mi modesto sueldo, apenas descanso. Quizá sea, paradójicamente, porque, como dijo el tipo aquel que nos vendió la casa, “aquí es que hay un silencio sepulcral”, utilizando —y disculpen si con esta queja revelo mi ignorancia en algún terreno de la gestión inmobiliaria— un adjetivo demasiado lúgubre para vender una casa. En cualquier caso, sólo una palabra que nadie tomó en cuenta en aquel momento.
Sin embargo, ahora, como desde hace meses, recuerdo esas palabras. Cada noche.
En medio de ese falso silencio que todo lo amplía puedo oír cada pulsación de mi corazón, el ruido que hacen mis siempre atareadas tripas y la respiración acompasada y profunda de Lola mientras duerme, ella sí, a mi lado. Todos esos sonidos de mi cuerpo que me anuncian que no podré dormir otra noche más, cuando enseguida empiezo a oír los otros, más lejanos, igual de pequeños, igual de incómodos pero que me obligan a levantarme. La casa está en plena ebullición también esta noche. Puedo oír, de nuevo, sus pequeños pasitos, sus pisaditas, su deslizarse.
Puedo oír cómo ellos no dejan de moverse, de ir de aquí para allá, con su extraña y nada pulcra actividad de seres imaginarios.
Supongo que tarde o temprano tendría que pasar. Yo sé que los libros de Cortázar no pueden permanecer demasiado tiempo sin ser leídos, que soportan mal el reposo. Y, en mi descarga debo decir que no los he olvidado, en absoluto. Periódica, irremediablemente, como si me atrajeran con su magnetismo de tinta y de papel, vuelvo a ellos, y cada lectura me parece como si de nuevo, o incluso como si por primera vez. Reconozco que a otros escritores los mantengo en esa misma estantería, junto a él, para cuando ellos o yo, les digo, estemos más preparados, empleando la metáfora —falsa metáfora, lo admito, ahora que no me oyen— del vino. Y espero que ellos lo asuman, disciplinados, engañados como buenos libros que son, intento que acepten un poco más de reposo, que no desesperen, para poder adquirir el aroma adecuado, la suavidad necesaria en el paladar que me permita, más adelante, algún día, apreciarlos mejor. Yo sé que es falso, que no volveré a la mayoría de esos libros. Tal vez porque me defraudaron o porque no supe o porque queda siempre tanto por leer. Pero el libro de Cortázar debía saber que yo siempre volvía y, por tanto, no tendría porqué desfallecer en su espera y provocar todo ese desorden. Ese desorden en el que recae, cada noche, y en el que yo, hoy, de nuevo, dilapido mi insomnio.
Porque hoy los pequeños y húmedos verdes se han comido todos los hojaldres dulces que guardo para las meriendas de los niños y sus miguitas oscuras, como pequeñas costras, aparecen por todas partes, pegajosas, adheridas a las paredes, al espejo del recibidor, al lavabo. Y por supuesto, en el sofá, donde deben haber estado otra vez saltando, dejando los restos de su desbarajuste cronopio perfectamente pegados a la tapicería de tela, como un collage azucarado, tostado, glutinoso, dibujando un mapa dulce, ininteligible, una polinesia hecha de croissants y napolitanas.
— No te preocupes, son lavables —dijo un fama que leía (y corregía al margen con un lápiz) a Savater en el sillón donde yo me suelo sentar por las tardes—. Si quieres enfadarte realmente con ellos, espera a ver lo que han hecho con los restos de sándwiches de queso que se han comido esta noche.
Los erizados cronopios —pude distinguir al menos seis en esa velada — parecían ignorarme, concentrados en su alegre desorden, como el primer día que los vi, como siempre, como si por primera vez. Bailaban catala y tregua en la habitación donde los niños guardan los juguetes y gritaban lo que parecían entusiastas consignas sobre el desarreglo en el que nuestra familia mantiene la casa, sobre la educación laxa de nuestros hijos, sobre nuestra afición por la comida rápida que inundaba el frigorífico. Efectivamente, como había advertido el fama, el suelo de la habitación estaba lleno de restos de sándwich de queso, restos que Dick, nuestra tortuga, merendaba mientras lucía un elegante símbolo ácrata pintado en tiza sobre su caparazón —graffiti de cronopio, seguro, como ayer, cuando le pintaron una S como la del traje de superman—. En cualquier caso, me pareció que Dick estaba encantada, incluso que me miraba y ¿sonreía? mientras caminaba como un elegante camarero antediluviano por en medio del baile verde y húmedo de los otros pequeños, pero imaginarios. A un cronopio con restos de queso en la cara le pregunté por las esperanzas, pero parecía no querer oírme o expresar con su indiferencia que fuera a buscarlas yo mismo. Me señaló su reloj de alcachofa, que había clavado en las rendijas de la rejilla del aire acondicionado y deshojaba cuando se cansaba de bailar catala y tregua y espera, intentando, digo yo, acelerar el tiempo, su tiempo hecho de pasar hojas de alcachofas —aunque también nuestro tiempo parece hecho de pasar páginas— con la intención de bailar de nuevo y siempre y enseguida. El fama, quizá cansado de corregirle la actitud, ahora, en lugar de subrayar, arrancaba las hojas del libro de Savater, y las arrugaba despacio, una a una, con una expresión como de infinito cansancio. Después las tiraba a su alrededor abriendo lentamente la mano y mirándolas durante el breve instante que la hoja arrugada necesitaba para detenerse. Probablemente esperaba que yo —supongo que me consideraba más como a una criada que como al dueño de la casa— fuera a recogerlas más tarde.
Pero, por encima del desorden que ocupaba la casa y que me obligaba a limpiar, a ir y venir y recolocar y buscar, por encima del cansancio que me costaría tanto de nuevo justificar al día siguiente en la oficina, me preocupaba lo que pudiera ocurrir con los niños. No es que me importara que pudieran despertarse y descubrir todo aquel panorama disperso por la casa y asustarse con la imagen de esa especie de fiesta de duendes que teníamos cada noche. Tanto Reyes como Javi tienen un sueño profundo, no suelen despertarse. Quizá Reyes, a veces, todavía para pedir un vaso de agua. Pero ella es perfectamente capaz de pasar al lado de un cronopio y confundirlo con uno de sus peluches, u ofrecerle un poco de agua de su vaso, y saludarlo y decir buenas noches señor cronopio y oír su buenas noches pequeña señora y no recordar nada al día siguiente. Los niños lo confunden todo con sus sueños y luego no recuerdan nada.
Lo que realmente me preocupa es que a algunos de ellos los veo —y son tanto cronopios como famas, nunca esperanzas— subir sigilosos las escaleras que llevan a los dormitorios y entrar en las habitaciones de los niños y asomarse y susurrar en sus oídos. Cuando descubren que los veo sólo apenas interrumpen su labor susurrante y me miran por un momento, serios, como si yo debiera saber que no conviene interrumpirlos en la importante tarea que se llevan entre manos. No sé si solo les arrullan con su murmullo inaudible o si les intentan realmente transmitir algo, algo que Javi y Reyes no recuerdan a la mañana siguiente. Sí, quizá les susurren sueños, o aún peor, quizá sean verdaderos pensamientos, auténticas razones, incluso certezas o falsos recuerdos. Quizá les anticipen el futuro. ¡Quién sabe de qué son capaces! Y me sorprende más por parte de los cronopios, ellos que ni siquiera parecen querer acercarse a sus propios hijos, a los que, de tanto miedo como les tienen, conciben gracias a los famas (son los famas los que fecundan a sus mujeres, aunque luego y como sin querer, los cronopios los educan hasta que acaban pareciéndose tanto a ellos mismos como si verdaderamente fueran sus hijos y no de los famas).
Y esto lo sé, y el libro de Cortázar debería admitirlo y no seguir con este juego de desparramar seres inventados por mi casa, porque lo he leído en sus páginas y lo recuerdo perfectamente. Así que no entiendo esta especie de venganza que surge cada día desde la estantería, con el rastro verde y húmedo que dejan los cronopios cuando salen de entre las Obras Completas, y justo por al lado, por al ladito de Faulkner —que no sé lo que pensará, tan circunspecto como aparece en la foto de la sobrecubierta—. Y tampoco sé si todo este ruido, este ir y venir y bailar y desordenar, sólo pretende entretenerme mientras ellos se dedican a lo esencial: a ese extraño susurrar a los oídos de Javi y Reyes que sonríen sobre su almohada, indiferentes a la verde viscosidad de los cronopios, al entusiasmo de funcionario de los famas. Susurros que después serán cambios sutiles en la imaginación de los niños, que revolotearan como mariposas o duendes y provocarán grandes metamorfosis o quizá nada. Pero eso es lo que me desvela y me hace dar vueltas en la cama, esperando, como cada noche, oír el rumor húmedo de su deslizarse o las advertencias de los famas sobre los peligros de alterar la estantería (que mantienen en un orden preciso, un orden que no es alfabético ni sigue las pautas de colecciones, de editoriales, ni siquiera de colores o de volumen o extensión, pero debe ser, en cualquier caso, un orden, porque ellos lo mantienen a rajatabla).
El caso es que, esta noche, una vez más los oigo y bajo desde mi dormitorio por la escalera donde ya hay un rastro como de hierba aplastada sólo para cerciorarme de que vuelven a estar allí, en el comedor, en la cocina, en la terraza, e intentar que regresen a su hogar de páginas de papel cebolla. Pero, una vez más, sólo consigo pasar el resto de la noche intentando hacer desaparecer los rastros, las migas, las hojas arrugadas, la actividad de todos estos seres que supongo que, en algún momento, han sabido cómo dejar de ser imaginarios o cómo serlo de otra manera y, aunque a veces me dejo llevar y bailo con ellos tregua —intento no hacerlo con los famas, ni siquiera catala, que ya me gusta casi más, porque luego tengo que aguantarles todos esos discursos tan racionales, tan prácticos, que, como les digo aunque se enfaden con ese enfado terrible de los famas, de puro serio no resulta real, o de puro práctico—. El problema es que, mientras me dedico a limpiar los restos de lo que los cronopios comen, los pañuelos con los que se limpian los famas, o intento que ningún cronopio salga herido por su entusiasmo —una noche tuve que bajar a la calle y, en pijama, detener a un coche que estuvo a punto de atropellar a un cronopio que se había caído, ebrio de tregua y catala, por el balcón—, no puedo dejar de ver cómo algunos de ellos suben hacia las habitaciones donde mis hijos duermen y se dedican a seguir con sus consignas, imágenes o versos o lo que sea que les susurren a sus oídos.
Y, ya por la mañana, mientras se comen los cereales —los que los otros dejaron— sin apenas mirarlos, intento ver si Reyes, o quizá haya sido Javi, si ha cambiado algo su actitud, si han sido de alguna forma intoxicados por esos leves rumores que los mecían anoche, y me parece ver, en esa forma tan precisa que tiene Javi de disponer los cubiertos o de escrutar el movimiento de la pulpa en el vaso de zumo de naranja como si en ello radicara el secreto del Universo, si no será que algo de fama se le estará ya manifestando. Pero entonces Reyes, me cuenta la excursión que tiene prevista el colegio para el próximo sábado, con un entusiasmo que hace que las palabras se le atropellen mientras Javi, impasible, la corrige o le apunta una palabra que ella no encuentra o no sirve porque frenaría su exaltación de cronopio. Y luego los dejo en el colegio y ella salta y corre y baila y saluda a las amigas y él repasa su mochila y vuelve a asegurarse de atar sus deportivas antes de entrar y pienso cómo se nos van las cosas de las manos o debería decir, cómo se nos escapan las cosas de los libros.
Más tarde, cuando salgo de la oficina y mi compañero me hace un gesto para que retire unas miguitas de hojaldre que me quedaron prendidas en la corbata y yo, en cambio, tengo un deseo irrefrenable de comprarle un ramo de rosas a mi mujer, dudo. Ni siquiera estoy seguro de ese rastro verde y húmedo que veo a veces por las mañanas como una senda delicada que llega hasta mi dormitorio. Tal vez no sea realmente verde y húmedo o quizá lo imaginé y se trate sólo de regresar, fiel, como cada noche, a las páginas de papel cebolla del libro de Cortázar.
EL VIEJO CRONOPIO Y LOS POETAS NO PROFESIONALES



sábado, 13 de noviembre de 2010
La cantante que no existe
Hatsune Miku es la suma de un programa informático y un holograma, pero reúne a miles de fans en sus conciertos
13.11.10 - 01:25 - CARLOS BENITO

Verla en el escenario resulta raro, como si un dibujo animado se hubiese emancipado de la pantalla y hubiese adquirido una engañosa corporeidad, pero lo rarísimo de verdad, lo que pasma al recién llegado a este mundillo, es lo que el holograma tiene delante: esos miles de japoneses que contemplan a su ídolo con devoción, corean sus canciones y sacuden varitas luminosas al ritmo de la música. Los aficionados al rock dirán que esto no es nada nuevo, que el grupo británico Gorillaz lleva años dejando que unos bonitos hologramas den la cara en sus conciertos. Pero no es lo mismo: detrás de los personajes de Gorillaz hay unos intérpretes, mientras que las canciones de Hatsune Miku no las canta... humm... nadie. La coqueta estrella japonesa, cuyo nombre significa algo así como 'el primer sonido del futuro', es un producto de Vocaloid, un software de ordenador creado por Yamaha que 'canta' las partituras y la letra que se le introducen. Un usuario que tenga el programa puede hacerle entonar cualquier cosa: desde aires tradicionales finlandeses -uno de sus grandes éxitos es 'Ievan Polkka', que viene de ese país- hasta sus propias composiciones. Los desarrolladores del estudio Crypton Future Media, padres de Miku, utilizaron como voz original la de una actriz de doblaje, Saki Fujita, y han completado el software con diversos efectos que se pueden aplicar para dar matices a las frases y, en fin, humanizar el estilo.
Hatsune Miku no es el único avatar de Vocaloid -al escribir sobre estas cosas, uno acaba haciendo frases muy raras y le entran ganas de pedir perdón-, sino sólo el más exitoso de una larga nómina en la que aparecen, por ejemplo, los idénticos Rin y Len Kagamine o la operística Prima.

El himno del partido
Pero parece que Miku se ha llevado el gato al agua en este mercado: protagoniza mangas y juegos e incluso ha sido objeto de cierta controversia en el ámbito político, ya que el Partido Democrático japonés quiso utilizar su imagen en las elecciones de julio, con la intención de ganarse a los votantes más jóvenes. No obtuvo el permiso, pero sí se sirvió del programa informático para que Hatsune Miku cantase su himno, si bien tenía prohibido decir públicamente que se trataba de ella: cuando uno atraviesa la puerta hacia este universo de apariencias y entes virtuales, es como si las nociones tradicionales de identidad se disolviesen.
Si uno busca 'Hatsune Miku' en YouTube, le saldrán 115.000 vídeos. Y, si opta por 'Miku Hatsune', que sería la versión occidentalizada, se encontrará con 99.000. Algunos de ellos superan los dos millones de reproducciones. Es una cantidad inabarcable de material, que la creatividad de los fans/usuarios renueva día a día, y en ese saco sin fondo caben duetos con otros 'vocaloids' o versiones de los Beatles, aunque lo más convincente son sus temas en directo, donde está acompañada por una banda de rock formada por seres humanos. Habrá quien vea en todo esto la degeneración definitiva de la música popular, un paso más allá de esos macroconciertos de grandes figuras que son pura acumulación de poses, efectos especiales y sonidos pregrabados. Pero a esos desencantados de la industria les queda un último escalofrío: evidentemente, la tecnología permite ya que Michael Jackson y demás estrellas rentables sigan editando discos y actuando en directo después de muertos. Incluso pueden protagonizar dúos y tríos holográficos. Y siempre abarrotarán los estadios, porque los espacios libres de público también se podrán llenar con entusiastas hologramas.
http://www.youtube.com/watch?v=DTXO7KGHtjI&feature=player_embedded
martes, 9 de noviembre de 2010
Talento 'beatle' contra las enfermedades olvidadas
Médicos Sin Fronteras recluta a 58 artistas para versionar temas de la banda de Liverpool en un triple disco solidario
09.11.10 - 00:42 -MIGUEL LORENCI

La banda de Liverpool, en su época dorada. :: EFE
Un total de 58 artistas -de muy distintos registros y en su mayoría españoles- aceptaron la invitación de Médicos Sin Fronteras (MSF) para casar su talento con el de los Beatles y ponerlo a disposición de los más desheredados. Se trataba de versionar un tema del mítico cuarteto de Liverpool para registrarlo en un disco solidario que está a la venta a partir de hoy. Los fondos que recauden se destinarán a combatir las enfermedades olvidadas en los países más pobres del globo, rincones remotos donde la malaria, la tuberculosis o el mal de Chagas se cobran una vida cada pocos segundos. Además de recaudar fondos este 'Homenaje aniversario. 50 the Beatles' (Pop Up Música) celebra el primer medio siglo de la formación británica. Unos escarabajos que revolucionaron el planeta de la música y que treinta años después de su disolución siguen en la primera línea de la actualidad musical.
La propia Yoko Ono, la viuda de John Lennon, se prestó a colaborar con esta iniciativa grabando su versión de 'Give peace a chance'. El disco incluye también la primera grabación de Julia Baird, la hermanastra de Lennon, que recita un tema -'Isolation'- junto a grupo gallego Om/Of y de los míticos Quarryman, el grupo en el que militaron Lennon, McArtney y Harrison antes de crear The Beatles y que interpretan 'Lost John'.
Entre los casi sesenta músicos que han prestado desinteresadamente su colaboración veteranos como Miguel Ros, Andrés Calamaro, Coque Malla, Coti, Medina Azhara, Ilegales, Manolo Tena, Xoel López, y Javier Gurruchaga, grupos como Milladorio, Los Mustang y Teté y los Ciclones y jóvenes como Lara.
El ginecólogo y 'beatelmaniaco' gallego José María Ríos, alma e impulsor de 'Acordes por la Paz', ha levantado a pulso este proyecto que ha necesitado dos años de intenso trabajo. Su primer paso fue contactar con Yoko Ono. En 24 horas tuvo una respuesta positiva a su correo electrónico y en 15 días el papeleo y los permisos resueltos.
Hoy estarán en el mercado las primeras 5.000 copias del triple disco, que con un precio por debajo de los 20 euros se podrá adquirir en los canales habituales y a través de internet mediante las páginas popupmusica.com y acordesporlapaz.org.
El disco se presentó el pasado jueves en la Casa de Galicia de Madrid, en un acto al que se sumaron además de la hermana de John Lennon, Teté Delgado y Jorge Martinez -voces de Los Ciclones y Los Ilegales-, y Lara, joven valor de nuestra música que puso el alma en la interpretación de temas como 'Let it be' o 'Ticket to ride. «Uno no se puede quejar constantemente a todas horas de cómo van las cosas en el mundo y no hacer nada al respecto», dijo Jorge 'ilegal' para justificar su participación.
Julia Baird, psicóloga y residente en Liverpool, no quiso explotar la memoria de su hermano. «No vengo aquí bajo el paraguas de John. Tengo mi trabajo, mi familia y mi propia vida y la pongo a disposición de esos pequeños que son víctimas en todo el mudo de enfermedades como la malaria, el sida, el cáncer o los tumores, que se cobra vidas cada segundo y para los que necesitamos cada vez más fondos, ya que la crisis hace que el olvido sea una amenaza creciente».
Susana Oñoro, de la sección española de MSF, recordó que la malaria mata a un niño cada cuatro segundos y afecta a más de 250 millones de seres humanos; como la tuberculosis se sigue diagnosticando con la misa prueba que hace 120 años o como el mal de Chagas y o la enfemedad del sueño hacen estragos en extensas regiones de América y África.
Presente en 65 países y con tres millones y medio de socios y colaboradores, Médicos Sin Fronteras se creó en Francia en 1971 por un grupo de profesionales de la medicina y la información. La organización cuenta hoy con más de 20.000 profesionales entre médicos, enfermeros, logistas, administradores y conductores. En 1999 fue distinguida con el Premio Nobel de la Paz.