sábado, 6 de diciembre de 2008

¿Genios?...¡ni muertos!


En el suplemento semanal de El País de la semana pasada, el artículo firmado por Javier Marías se titulaba “Todos los genios muertos”. Para los que no lo leyeran o no les apetezca leerlo completo en el link anterior, me atrevería a resumir el argumento copiando simplemente las últimas frases, a modo de conclusión (descontextualizada) del artículo. Sostiene Marías, Javier, que:

“Da la impresión de que -sobre todo en España- sólo se elogia encendidamente a quienes ya no pueden molestar ni persistir ni hacernos sombra. Da la impresión, incluso, de que alabar así a esos infortunados es una manera de fastidiar a los vivos: "Vosotros no sois genios como ellos, jodeos", parece ser el mensaje. Sería de desear que los escritores, críticos, editores y gacetilleros tuvieran la valentía de percibir la "genialidad" a tiempo, y que se abstuvieran de proclamarla a posteriori, cuando suena inevitablemente artificial y oportunista, incluso si la razón los asiste. La razón también hay que tenerla a tiempo, para tenerla de veras”.

Unas líneas antes Marías menciona a Bolaño, Foster Wallace y Alberto Méndez como, me atrevo a interpretarlo así, genios (o quizá no tanto) no reconocidos (o quizá demasiado) hasta después de muertos. Del primero dice que “pasó muchos apuros económicos” y que “no fueron muchos los críticos y colegas y editores que apostaron por él cuando estaban a tiempo de hacerlo un poco más feliz”. De Foster Wallace que “solía aparecer en enumeraciones muy largas de “nuevos valores literarios” de su país” (las cursivas son mías y las comillas de Javier Marías). De Alberto Méndez (“Los girasoles ciegos”) un autor que le “ha parecido prometedor y aplicado, pero no más que eso”.

Es cierto que Méndez no tuvo, desgraciadamente, reconocimiento (literario) en vida si exceptuamos que fue finalista del Max Aub y recibió los premios Setenil y el de la Crítica; el premio Nacional de Narrativa lo obtuvo un año después de su muerte. Sin embargo Bolaño y Foster Wallace sí lo tuvieron, el reconocimiento en vida, me refiero. Podría discutirse lo tardío en el primer caso (de la mano de Herralde) o lo precoz en el segundo, pero ambos obtuvieron premios de prestigio, alabadoras críticas y disfrutaron de la admiración de muchos de sus colegas.

De alguna forma, al leer el artículo de Marías –pero claro, igual entro al trapo de la provocación, sin más– no puedo evitar oler un tufo horripilante a muerto innecesariamente removido, injustamente calificado y groseramente mencionado y mal resumido y apreciado. No creo que Bolaño, Foster-Wallace y Méndez se merezcan esa (des)calificación. No creo tampoco que en la nómina de la buena literatura quepan sólo algunos y escasos elegidos ¿por quién?, ni que se precisen necesariamente carreras reconocidas en el momento de la producción de su obra. Sobran ejemplos. Y eso no descalifica su reconocimiento aunque sea tardío, aunque sea tras su muerte. Si la sentenciosa frase de Marías “la razón hay que tenerla a tiempo, para tenerla de veras” suena a refrán malintencionado por su parte, “más vale tarde que nunca” sería su adecuado contra-refrán en este contexto. ¿Por qué le cuesta tanto a Marías –y supongo que de ahí todos cojeamos – escuchar alabanzas a obras ajenas, a obras realizadas por colegas de profesión? Pero de eso a sentirse ofendido, perseguido, (“jodeos”, dice) por glosas a egregios fallecidos, parece exagerado, hasta para el campeón olímpico de los narcisistas, si lo fuera, que no es el caso. No existe esa disciplina olímpica, me refiero.

Yo no dudo que Marías es (también, como los anteriores) un “genio”, palabra probablemente excesiva y siempre generosa, pero, a veces, parece querer desmentirse. En el diccionario de la RAE (su RAE), la acepción más adecuada para el uso que le da Marías a esa palabra, a “genio”, es “capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables” y por tanto la “persona dotada de esa facultad”. Creo que los tres mencionados admiten esa definición. Justo (y elegante) sería que Marías bajara de su ego unos instantes, sin hacerse daño por favor, y lo reconociera aún post-mortem.

Supongo que, al final, la razón hay que tenerla, argumentarla y, si fuera posible, condimentarla con otros valores, por ejemplo elegancia, pero no condescendencia y, para nada, vanidad, tanta vanidad. “La vanidad es una mala dieta para amar” dice Martín Buscaglia.

Y no sé por qué escribo esto, al fin y al cabo, a mi Javier Marías… ¡ah sí!, ya recuerdo, porque Bolaño, Foster Wallace y Méndez están entre lo mejor que he leído en los últimos dos años.
Eso era. Eso.

1 comentario:

de.puta.madre dijo...

Javier Marías es seguramente una preciosidade ... nos haze compañia en la refeción ... No nos quedamos totalmente solos.