jueves, 30 de abril de 2009

Pecados capitales [de provincias] (I): AVARICIA


Primero acumulé las golosinas que me daba Padre, después, la paga semanal, las monedas que me devolvía el panadero, los cromos de futbolistas que robaba de los otros pupitres, en el recreo. Todavía recuerdo el minúsculo candado de aluminio azul en mi cajón repleto de aquellos tesoros, el brillo del celofán, los paquetitos perfectamente cilíndricos con la cantidad anotada.

Más tarde, acabados mis estudios, aprendí a hacer dinero: compré empresas y terrenos, doblegué a la competencia, despedí a los trabajadores que ponían en peligro mi cuenta de resultados, gané aún más —pude influir— jugando en bolsa. Cuando superé las diez cifras me invadió un profundo vacío, la certeza de que ése no era el camino. Lo abandoné todo. Me hice sacerdote.

Ahora el obispo me ha puesto al frente de una parroquia. Mil seiscientas treinta y un almas. Veintitrés mujeres gestantes. A mi disposición. “Un universo”, pienso, mientras admiro la forma exacta del candado azul, en el sagrario.



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