jueves, 21 de mayo de 2009

Pecados capitales [de provincias] (3). ENVIDIA


Tú no lo puedes saber, pero la noche se hace tan larga cuando el sueño no llega que uno desearía tener al menos la certeza de que, efectivamente, no va a poder dormir. Y perder toda esperanza, rendirse al insomnio. Cuando los grillos parecen leones rugiendo poco más allá de la ventana. Cuando los ladridos de los perros han dejado de observar una cadencia adecuada, un cierto ritmo y parecen acontecer por espasmos, como disparos, como el miedo. El tráfico, a estas horas, no es ya un rumor, un oleaje, nuestro mar tóxico y tranquilo. No, ahora se disgrega en dosis individuales, en un sonido exacto que me permite distinguir cada cilindrada, cada tipo de combustible, el interés del conductor por alcanzar más pronto o más tarde su destino. O la urgencia de su huída.

Tú, mientras tanto, duermes a mi lado. Con la respiración acompasada, tranquila. Como si todos esos ruidos no existieran. O quizá los ignoras elegantemente, como quien no escucha una conversación ajena. Sorda a mi insomnio, duermes aquí, tan cerca, en la misma cama en la que las sábanas se hacen nudos y el edredón da calor y el mosquito me obliga a, otra vez, incorporarme y luchar y tratar de aplastarlo. Te envidio. Pero, más que tu descanso, envidio tu sueño.

Ése que ahora mismo te está haciendo sonreír.

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