Después de cada concierto, hacemos balance. En el apartado “haber” solemos hablar de amigos o de amabilidad, de risas y sonrisas, de ganas de pasarlo bien. En el “debe” que si el sonido, que el tempo (que nos aceleramos), que si hay que ensayar más, que algunos temas funcionaron mejor y otros menos.
Pero, en el concierto del pasado viernes, el balance se iba produciendo durante la propia actuación. Porque no era un concierto. Era una celebración. Y una puesta en limpio de las cosas que valen la pena y la pena que da pasar por ciertas cosas. De la gente que está y la que no está cuando sólo hay que (pero necesariamente) estar. De lo mucho que todo puede cambiar de la noche a la mañana. De lo frío y de lo oscuro. De los uniformes de los que se reviste la injusticia, de los papeles, de que Kafka puede ser (es) excesivamente contemporáneo y que “El Proceso” no es sólo verosímil, se puede quedar incluso en una versión Disney de la RealidadTM. El viernes escuchamos el relato, en voz alta, de una persona a la que, los que se creen dioses (e infalibles), le quisieron robar su casa, su vida. Separarlo de los suyos y que no regresara nunca.
Ayer fue la celebración de dos justos vencedores: Josema (en los últimos 4 años, en el difícil papel de Josef K, quizá, mejor, de Ulises), sobre el escenario, desnudando un corazón enorme y limpio, y Marisa, fuerte, delgada e imbatible como un mimbre. Los dos han vencido al absurdo cotidiano, a los inventores de pesadillas y a sus mentiras. Josema agradeció la ayuda de los leales navegantes que ayudaron en la travesía y mencionó a los monstruos, a los caníbales y a las sirenas.
Balance: Ulises ha vuelto a casa, ya está entre nosotros. Y sus palabras sonaron definitivas: borrón y cuenta nueva.
1 comentario:
Gracias Pep. Muchas Gracias.
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