miércoles, 17 de junio de 2009

Pecados capitales [de provincias] (5): IRA



Ahora, en el jardín, nada parece ya moverse. La violencia de hace pocos minutos ha dejado paso a una brisa tan leve que sólo confirma lo estático, el obligatorio anclarse de los árboles, de los setos. La fuente, con su agua, en realidad, detenida, impulsada por una energía oculta y artificial en un continuo ciclo sin fin o sin comienzo, detenida, en realidad, con su agua, la fuente.

Desde el banco donde permanezco sentado, casi atáxico, esposado por el temblor, los cipreses, firmes como un ejército, me flanquean y apenas dejan una estrecha franja que me obliga a mirar hacia el muro en el que el jardín termina (y un muro siempre define otro lado). A este lado, un paisaje quieto, un dibujo plano, ningún objeto donde distraer la mirada; nada que destaque, que exija mi atención. Sólo el temblor incesante de mis manos, sólo ese movimiento recuerda la ira, el otro lado. Y la sangre que las mancha.

Hace cinco minutos. Toda mi familia.

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