En realidad debería llamarlo pereza. Porque me agota sólo pensar que esta mujer necesitará que encuentre otras frases ingeniosas, distintos lugares para la misma puesta de sol, una nueva marca de vino, otra —nuestra— canción, tal vez un ángulo levemente distinto en mi sonrisa de siempre, tan atractiva, tan eficaz. Y descubrir su punto más sensible: quizá justo aquí, en el perfil externo de su seno, casi en la axila, donde se adivina su músculo antes tenso y definido, ahora tan laxo. Y prever sus tiempos, sus ritmos, la cadencia apropiada del oleaje, la duración exacta de los besos, la longitud de las caricias, el estremecimiento de su orgasmo. Es tanta la pereza que parece mentira que ella ya descanse, exhausta y feliz, a mi lado.
Aunque supongo que olvidaré su nombre, como el de la anterior.
Aunque supongo que olvidaré su nombre, como el de la anterior.
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