Fourez dice que normalmente utilizamos dos tipos de lenguajes o códigos: uno restringido y otro elaborado. El lenguaje restringido sería aquel que empleamos en el día a día, útil en la práctica, que me sirve, por ejemplo, para describir un jarrón o un síndrome clínico y se caracterizaría porque quienes lo utilizan comparten los mismos presupuestos básicos sobre el tema del que hablan. En cambio, si comenzamos a preguntarnos sobre el sentido de las cosas, sobre la amistad, la vida, la justicia, etc, construiré otro tipo de discurso muy distinto. Tendré que superar mi experiencia cotidiana para alcanzar capas más profundas, reconociendo que las cosas no están tan claras. El código elaborado sería el que utilizaríamos para hablar de temas sobre los que no se comparten necesariamente los mismos presupuestos básicos. Para huir de las simplificaciones y de las definiciones espontaneas y sencillas, deberemos pasar del código restringido al elaborado. El código restringido, en una primera aproximación, habla del “cómo”; el elaborado del “por qué” y del “sentido”. En general, las ciencias duras utilizan códigos restringidos; las ciencias de lo humano como la filosofía, la sociología, la antropología, etc…, códigos elaborados. El código restringido se corresponde con el interés de los hombres por poner orden en el mundo, por controlarlo y por comunicar la forma en que lo vemos. Habermas también habla de “un interés técnico”. El código elaborado se utiliza cuando se trata de interpretar los acontecimientos, el mundo, la vida humana. Este interés más profundo también se ha denominado “interés interpretativo” o “hermenéutico” y se correspondería con una intención de emancipación.
En una sesión clínica es relativamente fácil ponernos de acuerdo en la parte técnica del asunto: descripción del caso, cursos de acción, hipótesis diagnósticas y pronósticas… Pero si comenzamos a utilizar el código elaborado para analizar las implicaciones de, por ejemplo, trasfundir sangre a un paciente Testigo de Jehová, limitar el esfuerzo terapéutico en un paciente terminal o realizar una u otra prueba diagnóstica teniendo en cuenta su coste efectividad, la cosa cambia. Entran en juego valores, perspectivas del mundo o creencias acerca de las cuales es más difícil ponerse de acuerdo. La bioética es para muchos una metodología para tomar decisiones teniendo en cuenta los distintos valores implicados (los del paciente, los del profesional, los de la sociedad, etc…) que utiliza básicamente una herramienta que a Diego Gracia le encanta: la deliberación (por cierto, está a punto de publicar su libro acerca de la deliberación; será para no perdérselo)
La mayor parte del tiempo permanecemos dentro del mundo práctico de nuestro código restringido. Es una cuestión de ahorro cognitivo. Sería muy costoso y paralizante estar continuamente preguntándonos por el significado profundo de cada una de nuestras decisiones. Pero, cuando analizamos temas como cuál puede ser el papel del profesional sanitario en esta crisis económica, social y ética es necesario iluminar ese mundo práctico, controlado, protocolizado, explícito, técnico y convencional, tan útil para la mayoría de las situaciones, con una luz distinta. Esta luz, inmediatamente, es capaz de transformar las situaciones más “inocentes” en problemáticas, complejas, ambiguas, paradójicas… y es cuando pueden aflorar los significados profundos de nuestras acciones. Un ejercicio práctico: ¿Cuál es el código que utilizan los actuales dirigentes del Colegio de Médicos, cuando se posicionan en contra de las medidas que propone a Consejería para racionalizar el desproporcionado gasto farmacéutico de nuestra Región? Hablan de derechos de los profesionales, utilización de guías y protocolos clínicos, etc… Típico código restringido, el que llega a la mayoría de los profesionales desprofesionalizados ¿Cuál sería el código elaborado para analizar la misma situación? Más complejo y problemático; más rico, ambiguo y, por todo ello, fuera cual fuera la conclusión, responsable.
Y es que, en todo este asunto, los profesionales somos el perfecto ejemplo de lo que se ha llamado “doble cultura”, es decir, la separación entre práctica profesional y reflexión personal. Es frecuente encontrarnos con profesionales que consideran que su trabajo es simplemente técnico, que deliberadamente alejan del mismo las implicaciones personales, la reflexión sobre las consecuencias de su práctica; en cambio, en su vida privada, estos mismos profesionales son sumamente sensibles a las implicaciones de sus acciones o las de los demás. Cuando estos compañeros quieren “tener cierta apertura” lo hacen al margen de su trabajo profesional. ¿Cómo entender que la mayoría de los profesionales sanitarios seamos capaces de criticar, indignarnos o, al menos, removernos incómodos cuando conocemos que a un Presidente de una Comunidad cercana, una trama corrupta le regaló unos trajes y no nos tiembla el pulso cuando aceptamos que un comercial nos regale un viaje a un congreso, en unas condiciones que no podríamos nunca pagar con nuestro sueldo? ¿Cuál es la razón de que nuestra sociedad produzca esta clase de profesionales desprofesionalizados, prototipos de la “doble cultura”, con dificultades para enfrentarse a los significados profundos de su vida profesional pero con un pensamiento complejo y sofisticado en el ámbito de su vida personal o privada? Uno muy importante es la falta de formación en pensamiento crítico o reflexivo. Cómo formar en pensamiento crítico, para otra entrada Pepe
En la manera de pensar de los profesionales desprofesionalizados existiría, en mi opinión, una especie de ideología científicista que inundaría y anegaría toda reflexión en el ámbito de la profesión. Existiría, por ejemplo, una resistencia básica a abandonar la idea de que observar es situarse pasivamente frente al mundo tal y como es. Enmascarando el carácter construido de toda realidad, conseguimos proteger la imagen de objetividad absoluta, de imparcialidad en nuestra actividad profesional. Esta automanipulación mental, esta forma de absolutizar la visión científica, consigue que nuestras decisiones aparezcan siempre impregnadas de los valores de la ciencia: objetividad, desinterés, neutralidad afectiva, rigor intelectual…. Es decir, paradójicamente, la aceptación acrítica del paradigma científico como el dominante en nuestra profesión, inmediatamente constriñe nuestro pensamiento, lo hace más rígido, menos rico, menos complejo y, a la postre desprofesionaliza la profesión.
La desprofesionalización de nuestra profesión a través de esta forma de restricción intelectual nos lleva a una terrible conclusión: los profesionales sanitarios no buscamos desinteresadamente la verdad sino que vamos tras una verdad que se corresponda con el marco de comprensión de nuestro paradigma científico dominante. Aplicado a la clínica este paradigma cientificista incluiría los siguientes conceptos: a) los pacientes sufren enfermedades categorizables; b) es posible considerar la enfermedad independientemente de la persona que la sufre y de su contexto social; c) se pueden considerar por separado las enfermedades mentales y las físicas; d) cada enfermedad tiene un agente causal específico y el principal objetivo de la investigación práctica es intentar descubrirlo; e) la tarea principal del médico es diagnosticar la enfermedad y prescribir un remedio específico, destinado a eliminar la causa o aliviar los síntomas; f) para conseguirlo, el clínico cuenta con un instrumento intelectual, el método clínico; g) el médico es un observador neutral, y el paciente se comporta como receptor pasivo en este proceso.
Aplicado al contexto laboral este paradigma científico incluye estas premisas: a) mi trabajo y responsabilidades están perfectamente establecidas y definidas por los reglamentos, estatutos y los contenidos de mi aprendizaje académico; b) es posible trabajar ajustándome a estos esquemas independientemente de otras consideraciones sociales, políticas, emocionales, etc..; c) se puede separar mi vida profesional y mi vida personal; d) mis intereses personales nunca influyen en mi desempeño profesional; d) mis decisiones siempre son objetivas, realizadas en interés de mis pacientes y basadas en el mejor conocimiento científico; e) los aspectos de gestión no tienen que ver con mi práctica profesional, etc..
En fin, un lío. Pero un lío que se constituye en lo más genuino de nuestra profesión y que, en las últimas décadas, deslumbrados por lo científico, hemos arrinconado en la zona oscura de nuestros procesos intelectuales. En el fondo, el paradigma científico nos ha dado todo lo mejor pero también todo lo peor, transformándonos en señores y señoras distantes, algo engreídos, alejados de los problemas sociales, indiferentes ante el destino de nuestros conciudadanos o el de instituciones valiosas como el sistema público de salud, poco capaces de una reflexión autocrítica y de revalidar nuestro título de campeones de la confianza social.
Desvestido, el emperador queda un poco patético.
Es el omnipotente desvalido.
El lugar donde decir todo lo que no nos cabe en las canciones. Quizá no sea mucho.
domingo, 27 de febrero de 2011
PROFESIONALES DESPROFESIONALIZADOS
En una entrada anterior, dentro de esta serie acerca de la crisis y sus salidas desde la perspectiva profesional, cuando intentábamos dilucidar desde qué posición podíamos enfrentarnos a las evidencias acerca de nuestra participación activa en la progresiva mercantilización y medicalización de la salud, rechazábamos, en principio, la posición ética. Elegíamos, por contra, la falta de profundidad en el pensamiento, reducido a una mera racionalidad técnica, que nos alejaba de una comprensión más completa de lo que es la práctica profesional, que, necesariamente, para serla, debe ser reflexiva o crítica.
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2 comentarios:
¡¡¡Impresionante la reflexión!!!
Gracias.
Magníficas tus reflexiones, que por otra parte comparto...y divulgo en los foros en los que humilemente participo desde nuestra ADSP de León.
Precisamente, mi último trabajo..."La Salud amenazada", contiene algunos de los elementos que en tu artículo manejas, como por ejemplo en relación a nuestra complicidad con el pensamiento acrítico actual, de la mayoría de los profesionales, respecto al modelo biologicista y biomédico que aún defendemos, claudicados y reclinados ante la seducción de la alta tecnología que tanto nos aleja el ser humano enfermo...
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