Existe una crisis de la mitología médica, de sus ideas simplificadoras, del pensamiento clínico unidimensional y de sus concepciones mutilantes del ser humano en general y del enfermo en particular. La medicina, además, ignora algunas importantes y repetitivas señales de alarma mediante suspoderosos mecanismos defensivos, propios del conocimiento disciplinar compartimentado y parcelado. La existencia de esta mitología médica simplificadora y la dificultad para superarla anticipan un gran fracaso de la medicina en su actual concepción.
Foucoult ya hace más de 40 años nos decía: “la presencia de la enfermedad en el cuerpo, sus tensiones, sus quemaduras, el mundo sordo de las entrañas, todo el revés negro del cuerpo que tapizan largos sueños sin ojos son, a la vez, discutidos en su subjetividad por el discurso reductor del médico y fundados como tantos objetos por su mirada positiva” (El nacimiento de la clínica)
Desde hace dos siglos el conocimiento científico médico obtenido mediante el método científico reductor no ha hecho sino probar sus virtudes de verificación y descubrimiento con respecto a otros modos de conocimiento del ser humano. Ha aportado un progreso fabuloso a nuestro saber. El conocimiento científico, de hecho, ha sido concebido como teniendo por misión la de disipar la aparente complejidad de los fenómenos, a fin de revelar el orden simple al que pertenecen. Sin embargo, esta ciencia médica conquistadora, triunfante produce más ceguera que elucidación, plantea problemas cada vez más graves respecto al conocimiento que produce, a la acción que determina, a la sociedad que trasforma. En definitiva, no parece encontrar respuestas ante la complejidad del escenario clínico.
El paradigma de la simplificación en la ciencia occidental procede de Bacon y Descartes. Bacon, mientras en Italia Galileo forjaba la nueva práctica científica, proclamaba en Inglaterra el nacimiento de una nueva era en que la ciencia natural traería al hombre una redención material. Ese método tenía que ser fundamentalmente empírico: la verdadera base del conocimiento era el mundo natural y la información que éste suministraba a través de los sentidos humanos: “(Para Bacon) llenar el mundo de supuestas causas finales, como había hecho Aristóteles, o de esencias divinas inteligibles, como había hecho Platón, era oscurecer la auténtica comprensión que el hombre podía alcanzar de la naturaleza en sus propios términos , sobre la sólida base del contacto experimental directo y el razonamiento inductivo a partir de particulares” (La pasión de la mente occidental, Richard Tarnas). Descartes, a su vez, desarticuló al sujeto pensante (ego cogitans) y a la cosa extensa (res extensa), es decir, filosofía y ciencia, postulando como principio de verdad las ideas claras y distintas, es decir, al pensamiento disyuntor. Tal disyunción que ha enrarecido las comunicaciones entre conocimiento científico y reflexión filosófica, ha privado a la ciencia de la posibilidad de conocerse, de reflexionar sobre sí misma y ha aislado entre sí los tres grandes campos de conocimiento científico: la física, la biología y la ciencia del hombre. La única manera que este paradigma encontró para solucionar esta disyunción fue a través de otra simplificación: la reducción de lo complejo a lo simple, de lo humano a lo biológico: “Desafortunadamente, la visión mutilante y unidimensional se paga cruelmente en los fenómenos humanos: la mutilación corta la carne, derrama la sangre, disemina el sufrimiento” (Introducción al pensamiento complejo, Edgar Morin). Continuará
Foucoult ya hace más de 40 años nos decía: “la presencia de la enfermedad en el cuerpo, sus tensiones, sus quemaduras, el mundo sordo de las entrañas, todo el revés negro del cuerpo que tapizan largos sueños sin ojos son, a la vez, discutidos en su subjetividad por el discurso reductor del médico y fundados como tantos objetos por su mirada positiva” (El nacimiento de la clínica)
Desde hace dos siglos el conocimiento científico médico obtenido mediante el método científico reductor no ha hecho sino probar sus virtudes de verificación y descubrimiento con respecto a otros modos de conocimiento del ser humano. Ha aportado un progreso fabuloso a nuestro saber. El conocimiento científico, de hecho, ha sido concebido como teniendo por misión la de disipar la aparente complejidad de los fenómenos, a fin de revelar el orden simple al que pertenecen. Sin embargo, esta ciencia médica conquistadora, triunfante produce más ceguera que elucidación, plantea problemas cada vez más graves respecto al conocimiento que produce, a la acción que determina, a la sociedad que trasforma. En definitiva, no parece encontrar respuestas ante la complejidad del escenario clínico.
El paradigma de la simplificación en la ciencia occidental procede de Bacon y Descartes. Bacon, mientras en Italia Galileo forjaba la nueva práctica científica, proclamaba en Inglaterra el nacimiento de una nueva era en que la ciencia natural traería al hombre una redención material. Ese método tenía que ser fundamentalmente empírico: la verdadera base del conocimiento era el mundo natural y la información que éste suministraba a través de los sentidos humanos: “(Para Bacon) llenar el mundo de supuestas causas finales, como había hecho Aristóteles, o de esencias divinas inteligibles, como había hecho Platón, era oscurecer la auténtica comprensión que el hombre podía alcanzar de la naturaleza en sus propios términos , sobre la sólida base del contacto experimental directo y el razonamiento inductivo a partir de particulares” (La pasión de la mente occidental, Richard Tarnas). Descartes, a su vez, desarticuló al sujeto pensante (ego cogitans) y a la cosa extensa (res extensa), es decir, filosofía y ciencia, postulando como principio de verdad las ideas claras y distintas, es decir, al pensamiento disyuntor. Tal disyunción que ha enrarecido las comunicaciones entre conocimiento científico y reflexión filosófica, ha privado a la ciencia de la posibilidad de conocerse, de reflexionar sobre sí misma y ha aislado entre sí los tres grandes campos de conocimiento científico: la física, la biología y la ciencia del hombre. La única manera que este paradigma encontró para solucionar esta disyunción fue a través de otra simplificación: la reducción de lo complejo a lo simple, de lo humano a lo biológico: “Desafortunadamente, la visión mutilante y unidimensional se paga cruelmente en los fenómenos humanos: la mutilación corta la carne, derrama la sangre, disemina el sufrimiento” (Introducción al pensamiento complejo, Edgar Morin). Continuará
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