— No sé, no acabo de verlo. Todo ese esfuerzo, esta especie de pulsión por el progreso… ¿No crees que, de algún modo, excede nuestra capacidad? ¿Que, irremediablemente, nos dirige al fracaso?
— Quizá, John, quizá… ¿te refieres a que el hombre no está destinado a influir tanto en la Naturaleza, que, de alguna forma, nos extralimitamos porque no nos resignamos simplemente a ocupar nuestro lugar en la escala animal…?
— Exactamente, a eso me refiero… sí… a ver… el destornillador… ¿hay una fisura aquí? No, está bien… sí, lo que decía: no hemos sabido planificar un límite proporcional a nuestra necesidad como especie.
— Sí, John, es posible. Mira, por detrás de ti aparece Júpiter.
— ¿Cuál es su albedo?
— No sé, alrededor de 50, creo ¿consulto la computadora?
— No, déjalo. Sólo era curiosidad. Quizá después, cuando termine.
— OK, John. ¿Estás bien? Pareces...
— Sí, no os preocupéis, siempre me ocurre cuando salgo de paseo. Me pongo un poco… me invade una especie de enorme perplejidad, me da por darle vueltas a todo. Tiene gracia… ¡dar vueltas!
— Perfecto John, perfecto. Pero no es… ese tipo de paseo ¿te parece? Y recuerda la nueva antena de microondas, a las once, junto a la compuerta.
— OK, Houston, no es nada. Sí, la antena, por supuesto, la antena… como si la comunicación, al final, fuera posible. ¿Habéis leído a Kierkegaard?
— Ok John. Reentrada a la estación en diez, nueve, ocho, siete… [Chicos, ahora sí que tenemos un problema. Llamad… llamad a Kernberg, NY. Sí, ahora, ahora.]
1 comentario:
Aquí, Otto Kernberg.
Mensaje para La Lista.
Sé que hay crisis económica. Estoy en el mundo real.
Pero quiero decirle que NO DEBE AHORRAR a expensas de la calidad de los níscalos que le compra al teclista. Ahorre en otro área, demonios.
¿No ve que nos pierde pie?!
P.S: No quisiera haber sido ambigüo o poco claro: Níscalos caros.
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