martes, 20 de julio de 2010

THE SUMMER POST (4): DEWEY Y LA HUMILDAD DEL GENIO

Dewey llegó al mundo en 1859, el mismo año en que se publicó “El origen de las especies” de Darwin, que tanto influiría en el filósofo posteriormente. Nació en una familia de granjeros republicanos y tradicionales de clase media de Vermont. Sus padres eran profundamente religiosos; su madre profesaba la fe evangélica pietista por la que condenaba el baile, los juegos de cartas, las carreras, los billares, beber o apostar. ¿Cómo se transformó Dewey en un filósofo experimental, agnóstico, socialista y permanentemente crítico con su sociedad?

Bueno, su biografía no es la de un rebelde vociferante. No era ese su talante. En realidad nunca fue un revolucionario sino más bien un reformador: prefería reconstruir desde la tradición. En su juventud fue un buen hijo, obediente y respetuoso; de carácter tímido y dubitativo; ni siquiera era un estudiante excepcional. Su desarrollo intelectual fue gradual: según iba progresando su aprendizaje él iba generando sus propias ideas y hasta bien avanzada su formación universitaria no podía sospecharse que acabaría convirtiéndose en el gran filósofo norteamericano y uno de los pensadores más importantes e influyentes del siglo XX.

Se graduó por la Universidad de Vermont en 1879 e intentó encontrar trabajo en la escuela secundaria. Lo consiguió, no sin dificultades, como profesor de filología clásica, ciencias y álgebra en Oil City, Pennsylvania. Durante su tiempo libre siguió con sus lecturas de filosofía y escribió su primer artículo titulado “Los supuestos metafísicos del materialismo”. La carta dirigida al director de la revista que acompañó al artículo solicitando su aceptación es encantadora:

Estimado Señor:
Le envío un artículo corto sobre los supuestos metafísicos del materialismo, del cual estaría encantado que hiciera uso en su revista. Si esto no es posible y es usted tan amable de informarme, le enviaré sellos para su devolución. Supongo que le llegarán muchas investigaciones de este tipo aunque, si no fuera pedirle demasiado, estaría encantado de saber su opinión acerca del mío si finalmente no lo publica. Su opinión acerca de este asunto, de la conveniencia o no en emplear mi tiempo en estas investigaciones, me sería de gran ayuda, pues soy un joven que todavía duda acerca de si emplear mis horas de lectura en ésto será o no de provecho. No obstante no deseo pedirle demasiado tiempo ni atención.


El director de la revista aceptó el artículo y sus comentarios fueron, según confesaría Dewey más tarde, de gran ayuda para animarle en su carrera.

No hay más. Es una historia sencilla.