viernes, 20 de noviembre de 2009

Cosas (supuestamente) divertidas (X y fin): Volar


Dirigido perfectamente por ultrasonidos.


Imagina volar emitiendo un grito que solo tú oyes, registrando cada eco, cada cambio de frecuencia. Matices, tonos, las hojas de un árbol convertidas en arpegios, gotas de lluvia que empiezan a caer como semicorcheas.


Imagina volar cuando la velocidad es, en realidad, música: volar guiado por una melodía, una canción que cada noche será diferente.


Sí, los murciélagos ocupamos un lugar aparte, un nicho propio, exclusivo en la escala animal: los únicos mamíferos voladores.


Las aves nos envidian: la mayoría duermen, ateridas por el frío de la noche, mientras nosotros navegamos por el cielo oscuro y nuestros depredadores apenas pueden vernos. Salimos en el preciso instante en que los insectos son un festín, al atardecer. Ellos buscan sangre fresca —en realidad, son ellos los vampiros— y nos encuentran, hambrientos de su sangre de segunda mano. A nuestra espalda, los búhos y las lechuzas abren esos ojos llenos de noche y persiguen nuestra agilidad con su cuello de 360 torpes grados. A veces caemos en sus garras cuando nos despista un raro acorde al rebotar, un Fa tristemente menor que nos distrae o un Si bemol que no presagia nada bueno.


Pensáis que somos feos, muy feos. Los humanos tenéis esa especie de extraño racismo animal: os enamoráis del cachorro —incontinente— de un perro e inmediatamente después pisáis con extrema crueldad una inofensiva araña de jardín; enjauláis a canarios y jilgueros vagos que os entretienen con su canto subvencionado y exhibicionista y a nosotros ni siquiera nos intentáis oír. Sois incapaces.


Nos rehuís, nos insultáis con estúpidos calificativos. Nos suponemos muy desagradables para vosotros. No importa: no somos —del todo— ciegos, a pesar del nombre con que creéis conocernos: mus caecus. Podemos distinguir perfectamente nuestra belleza. Y vuestros torpes y terrestres movimientos. Vemos, demasiado alto, haciendo demasiado ruido, todas esas máquinas con las que creéis volar, aunque sabéis que, realmente, no lo hacéis.


Lo mejor de vuestro mundo sucede, como nosotros, por la noche: aparecen esos sueños llenos de anhelos de vuelos auténticos, de deseo y de impotencia. Salen de vuestras habitaciones, de vuestras casas, produciendo extraños sonidos al rebotar con las paredes.


Y nosotros tenemos este oído perfecto, capaz de descifrar vuestros sueños confusos, todos esos gritos desordenados.


Anoche tropecé con el eco del sueño de un niño que, sobre su cama , sobrevolaba la ciudad. Su cama soñada crujía al doblarse en los picados, cuando viraba entre los árboles de los parques. Asustaba a los cisnes, que le graznaban violentamente (los cisnes, siempre de tan mal humor ¿por qué os gustan tanto?).


Los sueños de los niños producen sonidos perfectamente audibles, si uno se fija lo suficiente. Reconstruyo, cuando vuelo, las formas que tienen esos ecos y, debo reconocerlo, a veces resultan originales, estimulantes. De niños parece que, realmente, podríais conseguirlo. Volar. O cualquier otra cosa.


De niños producís bellos sonidos, al soñar.


Sin embargo, cuando crecéis parecéis muy diferentes: los sueños de los humanos adultos generalmente están contaminados de ruido de fondo, de sonoros rencores. Siempre los oigo desafinados, discordantes. Resulta difícil darles forma, aparecen incompletos, llenos de sombras indescifrables, de vagas alusiones y siempre con ese sonido desagradable. Quizá signifique dolor. O aburrimiento. También oigo mucha nostalgia (tonos menores). En cualquier caso, mis expectativas sobre vuestra capacidad al crecer siempre quedan frustradas: vuestros sueños adultos son mucho menos interesantes. Si puedo evitarlos, no suelo volar entre ellos.


Así que esta noche saldré de nuevo, aún hace calor, esperaré unos días más antes de hibernar. Volaré primero en busca de mosquitos, polillas y frutas de otoño en los arbustos y, cuando esté satisfecho, planearé y me abatiré entre sueños infantiles y, con mi grito inaudible, borraré monstruos, daré color a los paisajes, destruiré sustos y espantos, alejaré pesadillas, mejoraré el perfil mal dibujado de un abuelo, ese que espera volver a ver, en el cielo, le dijo mamá, el cielo que yo reconstruiré, ágil y nervioso, buscando ecos perdidos, sonidos que permanecen tantos años rebotando entre las paredes de vuestras casas. Sonidos que, muchas veces, ya no tienen dueño.


Imagina volar entre esa magnífica música de los primeros sueños.


Y ahora sigue pensando que somos nosotros los feos, los raros.



Y que podrás, alguna vez, volar.



5 comentarios:

Loli Pérez dijo...

Pepe leo tu texto y me dan ganas de reencarnarme en murciélago para otra vida.

Abrazos
Loli;)

Luis Valenciano. dijo...

Me ha encantado lo de la "sangre de segunda mano".
Te lo robo para mis cosas.
"Sangre de segunda mano", qué bien suena!!

Sería así como el recuelo...pero en molón

Pepa González dijo...

MURCIELAGO, es una bellísima palabra, de una musicalidad como pocas. Si te fijas tiene todas las vocales y eso la hace más mágica todavía.
Bram Stoker le catapulta a su mala fama, y Bela Lugosi a la elegancia que, francamente, no se gana el animalito por sus propios méritos.
Magnífico relato, Pepe Momia, ahora sí que me voy a dormir tranquilo.

Bill, el de la catana dijo...

¡Volar, volar!
http://www.youtube.com/watch?v=GeByxJVc7jk

Malena dijo...

yo siempre pienso...por las noches..que todas las luces tendrían que apagarse para dejar descansar a los pajaros..y que los murcielagos se encontrasen "como en casa" en la oscuridad...completa.
Sony