sábado, 2 de abril de 2011

EL PENSAMIENTO CRÍTICO



Entre las virtudes más destacables del mundo antiguo se encontraban el conocimiento y la sabiduría. El conocimiento era necesario cuando las decisiones exigían instrumentos racionales, tales como las relaciones causa-efecto o medios-fines. La sabiduría suponía una forma de comprensión del mundo para aquellos casos en los que la racionalidad no era suficiente y en los que se confiaba en juicios. Con el tiempo, esta noción de sabiduría, como sustancialmente distinta del conocimiento, se ha ido desdibujando, y la modernidad ha traído consigo, sin que nos hayamos dado cuenta, otra noción, en la que un sabio es una persona con gran acumulación de conocimiento científico y con capacidad de utilizarlo lógicamente.


Existen varias razones que justifican la necesidad de recuperar la noción clásica de sabiduría (o pensamiento crítico), y adaptarla a nuestro mundo enloquecido: (1) el conocimiento acumulado actualmente por la ciencia experimental es tan inconcebible que es muy probable no contar con la mejor información posible en el momento necesario; (2) la complejidad de la práctica clínica, con determinantes de conocimiento, organización, profesionales, emocionales, éticos, personales o económicos hace de la práctica clínica un oficio imposible; (3) el desvalimiento epistémico de la clínica, ni una ciencia ni un arte, pero con elementos de ambos paradigmas; tampoco la experiencia pasada es siempre útil para guiar el futuro y nos vemos lanzados a inferir conclusiones haciendo generalizaciones que suelen revelar nuestros sesgos cognitivos y prejuicios. En definitiva, constantemente nos vemos abocados a emitir juicios razonables para los que nuestra experiencia, nuestro conocimiento o nuestra razón no se han preparado. Necesitamos más que nunca sabiduría, pensamiento crítico aplicable al contexto sanitario, no solo a la clínica, también a la gestión o la política sanitaria.


Podemos definir pensamiento crítico como aquel juicio dirigido y auto controlado que resulta de interpretar, analizar, evaluar y realizar inferencias a la luz de las mejores pruebas; incluiría la consideración conceptual, metodológica, criteriológica o contextual en la que se basa dicho juicio (APA, 1990) (esta reflexión acerca de la calidad del juicio de la última parte d ela definición de la APA se llama también metacognición y algunos autores la diferencian del pensamiento crítico). Es un pensamiento razonado y reflexivo, que se centra en qué pensar o hacer (Ennis, 1987). La propensión a implicarse en una actividad con un escepticismo reflexivo (McPeck, 1981). También ha sido definido como el arte de pensar sobre el pensamiento mientras se piensa en cómo mejorar el pensamiento y hacerlo más claro, más exacto o más defendible (Paul, 1992) La práctica reflexiva, de la que también hemos hablado y a la que hemos definido como el núcleo duro del profesionalismo, sería aquella que utiliza el pensamiento crítico para tomar decisiones en el contexto clínico. Las pruebas hasta ahora demuestran que el pensamiento crítico no se desarrolla espontáneamente como resultado de la maduración personal (Angelo, T. 1995). Parece pues que el desarrollo del pensamiento crítico sería un buen objetivo de la formación de un profesional sanitario


Mi admirado Dewey tuvo mucho que ver con el nacimiento de este concepto. La educación a finales del siglo XIX se decantó claramente por la ciencia en el curriculun dejando de lado a los clásicos humanistas y esto significaba, para Dewey, el triunfo de los flexibles métodos de investigación frente a la inflexibilidad y estatismo del humanismo clásico, amante, como la medicina todavía, del pensamiento especulativo metafísico. Nunca ocultó su preferencia por el método científico como el método de la inteligencia, su tendencia a hacer equivalentes el método científico con cualquier investigación o su convicción de que la reconstrucción de la educación se debía realizar desde el modelo de investigación científica. Dewey estaba convencido de que nuestra sociedad nunca estaría del todo civilizada hasta que los estudiantes se convirtieran en investigadores preparados para participar en una sociedad comprometida con la investigación como método fundamental para tratar los problemas.



Dewey era también psicólogo con lo que, en lo referente a cuestiones educativas, tenía una perspectiva doble. Su enfoque psicológico lo presenta en su obra Cómo pensamos donde nos muestra como los hombres al descubrir que se bloqueaba su conducta de una manera u otra ante las situaciones conflictivas eran capaces de diseñar una estrategia para resolver los problemas. Al reflexionar sobre las dificultades, dice Dewey, nos damos cuenta que damos cosas por sentado, que tomamos por verdaderas ciertas creencias y que tenemso que revisarlo. Es entonces necesario definir el problema, convertir los deseos en objetivos posibles, formularse hipótesis como procedimientos para conseguir los fines establecidos, imaginarse posibles consecuencias de las acciones derivadas de dichas hipótesis, y finalmente, experimentar hasta resolver el problema. Esta estrategia para la resolución de problemas, extraída de la descripción de la conducta humana cotidiana combinándolo con la investigación científica, va deslizandose de lo que es, descriptivo, a lo prescriptivo.

Fue en Cómo pensamos donde Dewey sentó la distinción entre lo que llamó pensamiento ordinario y pensamiento reflexivo que definía como aquel pensamiento que es consciente de sus causas y consecuencias. Conocer las causas de las ideas, es decir, las codiciones bajo las cuales se generan éstas, supone liberarnos a nosotros mismos de la rigidez intelectual y abrirnos el paso hacia una libertad intelectual basada en el poder de escoger entre diversas acciones y alternativas. Conocer las consecuencias de las ideas es conocer sus significados, que para Dewey, pragmatista y seguidor de Pierce, descansa sobre sus rasgos prácticos, es decir, los efectos que producen en nuestra práctica y en el mundo.



Una década después apareció la obra fundamental de Dewey, Democracia y educación donde enfatizaba la importancia de educar el pensamiento de los estudiantes si queremos tener una democracia valiosa. Dewey tuvo una considerable influencia. En 1963, Ennis publica en Harvard Educational Review "Una definición de pensamiento crítico", artículo destinado a aumentar la importancia del concepto para la educación, definiendo el término como "aquel pensamiento razonable y racional que nos ayuda a decidirnos sobre lo que hay que creer y hacer". Las habilidades cognitivas comenzaron a ser el centro de los objetivos académicos y desde la Universidad de Chicago, Benjamín Bloom y sus colaboradores publicaron su taxonomía de los objetivos educativos donde se realizaba una jerarquización de los mismos, estando la memoria en el primer escalón, y a medida que ascendíamos nos encontrábamos con la comprensión, el análisis, la síntesis y, en la cima, la evaluación. Para muchos, esto supuso el arranque del pensamiento crítico; la acumulación del conocimientos se había degradado al escalón más bajo y el pensamiento evaluativo había ascendido a la cúspide.


Abel Novoa (MAbel)

2 comentarios:

Pepe Martínez dijo...

Necesitamos más que nunca sabiduría, pensamiento crítico aplicable al contexto sanitario, no solo a la clínica, también a la gestión o la política sanitaria.
¿Hay algo más que añadir?

Javier Júdez dijo...

Novoa, eres un crack. Ahora bien, sin renunciar a la filosofía... (¡Al rico fundamento!), tus entradas me llevan activando sinapsis y relaciones que no acaban de aparecer en tu texto... Vaya pues mi con-texto para aderezar tu ensalada:
- Un aliñao más cargado de psicología a lo Gigerenzer (el del Max Planck).
- Un sofrito como tropezones de sociología de las organizaciones (Weick, el "sense-making" o el "collective mindfulness", con la caracterización de las Organizaciones Altamente "Mindful": a) Preocupadas por el fracaso, b) Resistentes a simplificar, c) Sensibles a las "operaciones", d) comprometidas con la resiliencia, y e) Deferencia con la experiencia).
- una salsa de mejora de la calidad (brutal el último número del BMJ Quality& Safety sobre Knowledge for Improvement, http://qualitysafety.bmj.com/content/20/Suppl_1?etoc)
- unos toques integradores que casen la MBE con la narratividad ( Integrating Narrative Medicine and Evidence Based Medicine: The Everyday Social Practice of Healing, de Maze y Passerman, todavía no a la venta).
Todo esto, hermano, se juega cuando abrimos espacios comunicativos "rutinarios" para acompañar la experiencia de enfermedad crónica comprometida, facilitando el fortalecimiento de los recursos propios de la persona y su contexto de cuidados, y planificamos para la espera y la esperanza del último capítulo de la biografía de otro. Cuando el tiempo es crítico. Cuando las conversaciones ayudan.