Ser un “aficionado” remite a algo que se hace con cierta falta de habilidad. Se contrarresta con el típico “quita, quita, que yo soy un profesional”. Pero en realidad el término amateur o aficionado hace referencia al que hace algo por gusto, por vocación, sin motivación económica. Al fin y al cabo “amateur”, traducido el francés, sería el “amador” el que “ama a”. Nada, en realidad, que ver con la falta de pericia, sino con la pasión por una actividad. Aunque seguramente sí, generalmente se afirma sobre algo “extracurricular”, algo que se hace fuera de las horas de trabajo.
La tesis (cómo nos vamos poniendo) del post de hoy es que “aficionado” no es necesariamente el antónimo de “profesional”.
Contextualicemos. Primero, por algún motivo, amateur, tan francés, tan morritos pegados así, al pronunciar el final, es mucho más chic (claro, aquí hay que decir chic, no cool, aunque los franceses ya dicen cool en lugar de chic) no es lo mismo ser un aficionado al origami (en mi infancia llamado papiroflexia), pongamos por caso, que ser un escritor, un pintor o un músico amateur. Particularmente en las “artes mayores”, resulta un poco difícil establecer unos límites precisos, me parece a mí, entre lo profesional y lo amateur. Otra vez fronteras difusas, otra vez geografías sin organizar. Qué desastre de mapas.
Pongamos un ejemplo paradigmático. Pensemos en Bolaño, Roberto eximio escritor. El hombre emigró a España por casualidad, cuando en realidad iba a Suecia, en 1977 y aquí se quedó, cuidando de su entonces enferma madre. Su primer lugar de trabajo, un sitio, por decirlo así, escasamente lujoso, en la calle Tallers de Barcelona lo compartió con otro escritor, Antoni García Porta, que declaró, al poco de morir Bolaño que "Bolaño vivía para y por la literatura, no le interesaba nada más". Mientras se hacía un hueco (él aún no lo sabía, pero su hígado, el hijode…, ya trabajaba para ello) en el Olimpo de la literatura en castellano (¿qué escritor menor de cuarenta años dice ahora que no le influyó, que no es una de las grandes voces?), ejerció de vigilante en un camping de las afueras de Barcelona, trabajó anualmente en la vendimia y recibía algún complemento ocasional de premios literarios a los que concurría (nota al pie pero seguida: tiene un cuento estupendo llamado “Sensini” sobre los concursos literarios recogido en el libro “Llamadas telefónicas” que, en círculo rizomático total, como un déjá vu, o mejor, déjà écrit, recibió un premio de un concurso literario, el premio de Narración Ciudad de San Sebastián, Fundación Kutxa). Así que Bolaño era un escritor amateur profesional, al menos hasta los últimos años de su vida. No sería hasta 1998-9 cuando recibió el premio Herralde y el Rómulo Gallegos que le daría, por fin, visibilidad a su, hasta entonces, falta de profesionalidad. En julio del 2003 su hígado decidió por fin dejar de ser profesional y amateur, simultáneamente.
Sin menospreciar a los vigilantes de los campings o a los pesadores de residuos tóxicos en los vertederos municipales (como Vicente Gallego, el ganador del premio Loewe de poesía en 2001) como verdaderos profesionales, ¿por qué no ahondar en el amateurismo? ¿Podríamos, desde la afición, desde las simples ganas de hacer, desde el deseo, refundar el profesionalismo? (lo siento por el palabro pero ya sabéis, se ha puesto de moda desde que sus satánicas majestades del G-20 quieren refundar el capitalismo) ¿Tienen que seguir los términos “profesional” y “amateur” siendo dos palabras siempre al otro lado de la impermeable valla del versus? (perdón por la metáfora, "valla" bodrio).
Aunque yo creo que hay esperanza, que el amateurismo profesional es un alimento para ambas direcciones, para ambos lados de la valla, debo lanzar aquí un jarro de agua fría. En la alucinante web “enplenitud.com” subtitulada “para jóvenes de más de 40” (¡dioses!, ¡qué mal estamos!), donde surgen artículos tales como “cómo decorar el rosco de navidad con un paisaje naive” o “aprende a vestirte como un líder”, hay una entrada denominada “Hobbies: cuándo decir basta” donde, literalmente, se dice: “No obstante, si lo único que haces durante el día es esconder la cabeza debajo de la tierra, por ejemplo, poniéndote detrás de los bombos y platillos de tu batería por largas horas, podrías predisponerte para un período de descontento o depresión generalizado; si es que ya no estás inmerso en uno”.
Pues qué miedo: Lou Momia, este/a ti@ seguro que estaba pensando en lo tuyo. Yo de ti me iba pensando dejar la batería y ponerme también a trabajar por la tarde, que eso seguro que es síntoma de predisponerte para un período de “alegría o de hipomanía generalizada”. Eso sí que anima: profesionalismo sin descanso. A muerte.
Bueno, era trampa, si uno busca el antónimo de aficionado en un diccionario de ¿qué va a ser? de antónimos, no nos devuelve “profesional”, los antónimos de aficionado son “desinteresado”, “indiferente”. Pues eso. Como queríamos demostrar.
3 comentarios:
ahora sí que lo tengo claro...yo que siempre he pensado que lo mío con la medicina se acercaba más a lo de aficionado y va y resulta que lo que me tiene "loca" son mis sentadas detrás de la bateria.
en fín, es posible que aún tenga Salvación! porque lo que se dice horas, a la batería, no es que le eche muchas....entonces...queridos momias...debo perseverar en la locura o afianzar mi amateurismo profesioná ???? ..Houston !!!
Curiosamente, en el campo literario lo de ser aficionado o "profesional", no es un asunto propio del escritor. No es algo que depende de él en sí, sino que es algo que proviene de los lectores. Esto lo afirmé en alguna nota en mi blog:
No es escritor el que escribe, sino el que es leído.
No importa tanto el empeño que uno ponga al hacer las cosas. Hay escritores como Balzac que podrían escribir con una facilidad envidiable, mientras que otros tendrían que hacer ejercicios mentales extenuantes, disciplinas pseudos monacales. No, eso no importa. Al final -estamos en la estética de la recepción- lo que importa es que te lean.
No importa cuán profesional crea ser el escritor, si no tiene lectores, no es escritor.
Ahora, sobre el equívoco en la aparente oposición entre los vocablos "aficionado" y "profesional", concuerdo completamente contigo.
Saludos, Pepe y nada, nos vemos en el otro blog
Saludos, Pepe (he llegado hasta aquí vía taller de Jorge y Eva):
Se acepta la trampa, yo tampoco veo clara la frontera entre amateur y profesional, y de hecho no los veo como conceptos opuestos. Dejando de lado que es una clasificación que sólo se aplica a las "artes mayores", yo, personalmente, no sabría donde incluirme (de momento, tampoco me preocupa): ya llevo años escribiendo y siendo autodidacta y no me puedo considerar amateur (no en el sentido de novato o aficionado, sí en el de "amador"), y tampoco tengo el status de profesional de la literatura (lo que me da de comer es mi trabajo de funcionario). Pero como sucede con muchos talleristas, el rigor, la dedicación y la paciencia sí que se acercan a los de un profesional, aunque no perciba una nómina. Estamos hablando de un arte, claro, y todo lo que tiene que ver con el espíritu es de mal clasificar. También es cierto que, casos como el de Bolaño (recién descubierto), con libros publicados y una trayectoria literaria, y teniendo que trabajar en un càmping... la situación es especialmente paradójica y síntoma de que algo no funciona bien.
Me ha gustado mucho tu artículo, se ve que eres todo un “amateur profesional”... espero seguir leyéndote.
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