Operación Triunfo, Popstars, Factor X, La Academia, Idols, Eurovisión, Grammys… concursos musicales mil, de variada calidad y pelaje. Concursos de maquetas para grupos emergentes, concursos de guitarras tocadas al viento, concursos de karaoke, castings para ser la Voz de la Oreja de Van Gogh (que debe ser algo parecido a ser el Forúnculo en la Nariz de VanDamme). Ganar o morir. Triunfar y grabar, salir en la enésima gala. Perder y desaparecer de la faz de la pantalla de plasma (prueba si no triunfas, después, cariño, con un pillado en papel satinado). Sin término medio, sin onda media, en frecuencia inmodulable, al ritmo rápido de la publicidad de los automóviles, de la Vuelta Ciclista y de vuelta de todo. Entre concurso y concurso, no se pierdan “Cuéntame Cómo Pasó Más o Menos y Sin Levantar Susceptibilidades”. La música bailando al ritmo de la televisión.
Hace poco Santiago Auserón publicó un estupendo artículo donde (extraigo por si a alguien no le apetece hacer funcionar el link anterior), decía algo como ¿revolucionario?: “La canción pone en juego una modalidad de inteligencia que pocas veces se desarrolla en las aulas, nunca entre los que especulan con el suelo o la audiencia pública. Estamos ante un serio problema educativo.” Auserón pone en paralelo el deporte de masas (ahora dopado por excesivamente competitivo) y la política empresarial musical que ha hecho bandera del estribillo repetido 40 veces al día. Sostiene Auserón que, en Grecia, a ambos aspectos de la educación se les daba mucha más importancia. Sostiene Auserón que las canciones son un estímulo inexcusable para la inteligencia. Completamente de acuerdo.
Pero, sin dudar de la erudición de nuestro bardo zaragozano, rebusquemos en la mitología griega. Ellos que consideraron a la Música un elemento fundamental en la formación de sus hijos ¿tenían concursos musicales? ¿O reservaban el afán competitivo para el deporte, junto al monte Olimpo, dopados ellos con hidromiel y la testosterona generada por las innumerables guerras?
Pues sí, tenían concursos, allá va un poco de Wiki-mitología:
Marsias era un pastor frigio (ahora sería turco) que encontró un aulos (esa especie de oboe doble que sale en la cerámica griega) inventado por Atenea pero que ésta había tirado porque le hacía hinchar sus mejillas y claro, las diosas no hinchan las mejillas. Tras practicar un poco y percibiendo los bellos sonidos que producía con aquel instrumento bífido, desafió a Apolo a un concurso de música. No está claro cómo se desafía a los dioses griegos, quizá hubo un casting previo, o le llamó por el móvil o algo así. El caso es que escogieron a Midas como juez del concurso (curioso como juez musical: el que todo lo que toca se convierte en oro; ¡pero qué listos los griegos escogiendo personajes!), Apolo tocó su lira y Marsias esta especie de bi-flauta, y ambos lo hicieron tan bien que ni Midas, ni las Musas, que siempre revolotean alrededor de los concursos de música con mayor o menor acierto, pudieron establecer un vencedor. Entonces Apolo retó a Marsias a tocar el instrumento del revés: él giró su lira y tocó (en plan Jimmy Hendrix), pero, claro, el aulos (¡qué picardía Apolo!) no podía tocarse del revés. Entonces las Musas, que seguían allí, declararon vencedor a Apolo (claro favoritismo), pero Midas objetó contra este veredicto. Las Musas estaban en mayoría y además, ya se sabe que las Musas son todas unas pesadas, se negaron a ceder. Apolo, quizá algo cabreado y con ganas de terminar aquello, los dioses suelen estar muy ocupados, o quizá para ejemplificar la soberbia y audacia al retar a un dios, ató a Marsias a un árbol y lo desolló vivo, dando su sangre origen a un río homónimo. Seguidamente tocó la cabeza de Midas, y las orejas de éste crecieron hasta ser como las de un burro.
O sea, que sí, que los griegos hacían concursos de música en los que también corría la sangre. ¿Alguien se imagina a Risto con orejas de burro, como Midas, en prime-time? ¡qué inspirador!.
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