Siempre escribimos después de otros, dice Vila-Matas, aunque podría no decirlo él por primera vez, como él mismo reconoce. La originalidad es escoger adecuadamente las citas, dice que dice Savater. Y yo cito, intertextualmente (que es la forma elegante de decir corta-pega-de-Windows), lo anterior.
Tuve una discusión reciente sobre el (d)efecto Bunbury de citar sin citar, o sea de recitar, o quizá descitar, a un poeta madrileño en una de sus nuevas canciones. Yo sostenía lo poco intertextual, por parte de B., de copiar sin reconocer, sin dar pistas, también dije algo sobre el concepto (y los derechos) de autoría y mucho sobre la escasa elegancia (proporcional al enorme narcisismo de Bunbury, se me respondía) del cantante maño que preferiría haber nacido en Duluth. No recuerdo bien mis argumentos: había bebido demasiadas cervezas y anduvimos escasos de huevos (rotos). Mis contertulios (o en una discusión se deben denominar “contratertulios”) sostenían que el escándalo era falso, falsos los argumentos de los que habían logrado el “pillado” intelectual de Bunbury y tan (pos)moderna su forma de copiar como la de cualquier otro. Así son estos tiempos que nadie is-a-changin’.
Lo original, por tanto, es copiar, pero copiar adecuadamente. En el mediáticamente (y por mí) admiradísimo Nocilla Dream, Fernández Mallo construye una blog-vela donde el 10% de sus páginas son citas, como ésta, y, atención, esto es lo original, sólo una es una cita literaria, y además de calidad postmoderna indiscutible: sobre/de T Berndhard.
De acuerdo, lo admito, estaba equivocado, aunque claro, Vila-Matas, esto debéis concederlo, no espero menos, lo explica mejor que vosotros desde/hacia/con, otra vez, una maraña de citas.
Pero lo que no soporto, os lo juro, no lo soporto, aunque os dé toda la razón, ya lo entiendo, eran citas, es ver a Bunbury entrevistado por Buenafuente, diciendo que, por todo lo que le está lloviendo “lleva un mes de auténtica depresión” y que quiere “irse a casa a llorar” y, a la vez, se compara con Dylan sin querer compararse con Dylan. Bueno, a Dylan, que yo sepa, la Columbia le tenía que ir detrás, lavando los trapos sucios de su indiscutible talento , pagando derechos de autor y comprando canciones a los folkies plagiados (esos sí, plagiados, no citados) por Bob, el bueno de Bob. Claro, no pagaron a los que habían escrito la Biblia, de la que Bob había copiado tanto: fue difícil encontrarlos.
Por cierto ¿y Buenafuente?: dándole pistas, “lo tuyo es un collage” claro, nuestras entrevistas son tan, tan, tan amables. (Bueno lo disculpa lo de “The Great Pretender”: al final, ahí hubo cierto sarcasmo, reconócelo, Andreu). Y todo, claro todo, Bunbury, lo hacemos por el arte, por amor al arte. “Todo cobra sentido” dice Buenafuente. La palabra clave es “cobra”: ¿Quién cobra? Quizá todos, pero todos, los que alimentan la polémica. ¿Será tan listo B. para haber puesto esa carga viral en su nuevo disco? Por supuesto que sí.
“Yo me llamo Enrique Bunbury, como todo el mundo”, debería decir B. ahora, como dice Vila-Matas que dice Villoro que dijo Erik Satie.
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