Una momia es un proyecto, tal como dice nuestro famoso y autorreferencial tema, y también una apuesta fáustica y estúpida y destinada al fracaso para obtener otra vida, más allá de la vida que vivimos, de la vida que se ve.
“Pienso en las momias de la ciudad espejada y pienso que en definitiva sólo las momias no se modifican con el tiempo” dice la protagonista del relato “Donde viven las águilas” de Luisa Valenzuela. Y yo, cuando lo leo, sospecho que las momias habitan en el extranjero del extranjero, lo que no ha dicho, pero podría decir, Rodrigo Fresán. Mientras tanto, Villoro, en “Bolaño Salvaje” sostiene que la decisiva extranjería del poeta es la de quien habla otra lengua, reveladora pero intraducible, y Bolaño, a su vez, escribió en algún libro: “el poeta no muere, se hunde, pero no muere”. La creatividad coexiste con la depredación, sigue Villoro.
Una momia es, por tanto, un poeta. Un poeta, quizá, de la depredación. Porque las momias hablan, con sus ojos y sus bocas siempre abiertos.
En las paredes de la Pirámide de Teti, Saqqara, unos dibujos hacen referencia al ritual de apertura de la boca y ojos de las momias, ritual instituido por Horus cuando intentaba reanimar el cuerpo de su padre, Osiris:
Oh Rey, Horus ha abierto tu boca por ti,
ha abierto tus ojos con la azuela del Castillo del Dios,
con la azuela Grande en Magia,
la boca de [...] está abierta [...]
No languidezcas, no gimas.
1 comentario:
larga vida a las momias poetizadas y a los poetas momificados
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